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De Política y Cosas Peores

Catón

Lo que le pasa a don Chinguetas únicamente a don Chinguetas le puede suceder. Un cierto amigo suyo, practicante de disciplinas orientales, le dijo que si tomaba en cueros el fresco de la noche su cuerpo y alma se fortalecerían. Salió al sereno don Chinguetas, y no sólo pilló un resfriado de órdago, le sucedió además que un cocuyo se le introdujo por innombrable parte. De día no se notaba aquello, pero en la noche la lucecita del insecto se le veía a través del pantalón, de modo que don Chinguetas parecía vehículo con las luces intermitentes encendidas. Eso dio lugar a toda suerte de lucubraciones. Hubo quienes pensaron que aquel serio señor había decidido por fin salir del clóset y hacerse una publicidad sui géneris a base de neón. Todo eso, claro, reñía con el talante y condición de don Chinguetas, cuyo oficio era el de tenedor de libros, profesión a la cual son consustanciales la parsimonia y gravedad de trato. Así pues el tribulado caballero fue a la consulta de un célebre proctólogo, el doctor Salvador de Hoyos. Lo hizo de noche, para que el facultativo pudiera apreciar la naturaleza del problema. Trató don Salvador de extraer el insecto con una pinza de Haldsted, que es de las más finas y puntiagudas, pero ni aun ese sofisticado instrumento le sirvió para sacar aquella singular fuente de luz. Pero en la facultad se aprenden muchas técnicas. Tenía el especialista una lámpara de Finsen, de arco de carbón, que opera a 50 voltios y 50 amperios, y la acercó al orificio natural de don Chinguetas. El cocuyito creyó que aquella intensa luz era la fulgúrea llama de amor de alguna ardiente cocuyita, y con aquella incitación salió del recóndito sitio donde estaba, y presa de urentes ímpetus eróticos fue hacia el luminiscente resplandor a fin de consumar la unión. En ese momento -el azar es tan inexorable como el sino- un fortísimo trueno seguido de un cegador relámpago llenó todos los ámbitos de la ciudad. Y se oyó la vocecita del cocuyito que decía agitado y tembloroso: "¡Esto es follar, señores, no fregaderas!"... Tal parece que estamos irremisiblemente condenados a López Obrador. En su discurso se escuchan ya los cantos de victoria, y sobre las expresiones de sus contrincantes pasa la sombra de la desolación. (Permítanme un momento para apuntar eso de "la sombra de la desolación", a efecto de usarlo en futuras ocasiones). Desde luego hacer profecías es anticipar las vísperas. De ninguna manera este arroz ya se coció. Pero los hechos son muy tercos, y muestran ventaja clara de AMLO sobre sus adversarios del PRI y el PAN. Bueno será, por tanto, irnos preparando para lo que hoy por hoy se antoja inevitable. En mi opinión la llegada de López Obrador a la Presidencia constituye un grave riesgo para México, riesgo que sólo podrá disminuir si con él no llega un Congreso que le sea adicto, si los medios de comunicación ejercen su labor crítica y de vigilancia y si los ciudadanos no lo acompañan en sus eventuales excesos y abusos de poder. Sigo deseando que no gane López Obrador. Pero si gana expreso mi esperanza de que su triunfo no redunde en una derrota para la democracia, para la libertad, para la ley, en fin, para todo aquello en que se finca una convivencia sana... Un muchacho salió con una chica. Al final de la cita la fue a dejar a su casa en su automóvil. La besó, y en el ardimiento de la pasión puso la mano de ella en cierta parte de él. "¡Eres un grosero!" -exclama la chica con enojo. Y así diciendo salió del automóvil. Desde afuera se vuelve hacia el apurado muchacho y le dice: "¡Lárgate! ¡No quiero verte más!". "Está bien -responde él con expresión dolorida-. Pero suéltame"... FIN.

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