La muestra más clara de nuestro subdesarrollo político es la preocupación que tenemos por saber quién será el próximo Presidente. Eso indica que todavía somos un país de hombres, no de leyes; una nación de caudillos, no de instituciones. Dependemos, por tanto, del talante o voluntad de quien detenta el mando, no de un marco jurídico e institucional al cual podemos confiar nuestra persona y nuestros derechos. Si en México prevalecieran la ley y las instituciones por encima del libre arbitrio de los hombres nos tendría sin cuidado, por ejemplo, que López Obrador llegara a la Presidencia. No temeríamos sus desplantes demagógicos, ni nos inquietarían sus ofertas populistas. Sabríamos que incluso él tendría que sujetar sus acciones a la ley. Pero los mexicanos estamos acostumbrados a ver que en México la política se impone siempre al final sobre el derecho -el propio López Obrador es un ejemplo de tal cosa-, y entonces nos angustia eso que se llama "el estilo personal de gobernar". Decimos: "Si llega Fulano hará esto; si llega Zutano hará esto otro". De ahí que esperemos que llegue un candidato u otro según nuestras ideas o interés. Habremos alcanzado la madurez democrática cuando la persona del Presidente en turno sea un asunto secundario. Entonces viviremos sin sobresaltos sexenales, confiados en la seguridad que deriva del respeto de todos a las instituciones y a la ley. Pero eso, me temo, lo verán si acaso nuestros hijos, o los hijos de ellos. Entretanto narraré algunos cuentecillos... La apasionada chica le dice a su galán: "¡Bésame otra vez y seré tuya para toda la vida!". Pregunta él: "¿Qué debo hacer para que seas mía nada más el fin de semana?"... Babalucas llegó a la oficina rodando un llanta de automóvil. Explicó: "Para que no me roben el coche le quito una llanta". "Parece buena idea -comenta uno-, pero ha de ser algo engorroso quitársela cada vez que lo estacionas". "No -replica el tonto roque-, porque la llanta que le quito es la de refacción"... El cobrador de la mueblería llegó a cobrar en una casa. El muchacho era joven y apuesto. La señora de la casa lo invitó a pasar, y bien pronto estaban los dos entregados a los deliquios de la pasión carnal. De súbito se oyó sonar la puerta de la calle: era el marido que llegaba. Saltó el muchacho de la cama, pero eso fue lo único que alcanzó a hacer: en ese mismo punto entró el esposo en la recámara. Le dice el joven: "Qué bueno que llega usted, señor. Precisamente me disponía a decirle a su esposa que así como me ve se verá usted si no paga su adeudo con la mueblería. Pero ya que ha llegado, se lo digo ahora personalmente"... Aquella mujer vivía en el piso 90 de un edificio. Salió al balcón a regar las plantas, perdió pisada y se precipitó al vacío. Al pasar en su vertiginosa caída por el piso 70 un individuo alcanzó a tomarla por los brazos. Le pregunta el tipo: "¿Haces esto?" -y dijo el nombre de una práctica erótica inusual. "No -responde la mujer-. No hago eso". El hombre entonces la soltó, y la mujer siguió cayendo. Al pasar por el piso 60 otro hombre la detuvo. "¿Haces esto?" -le preguntó el sujeto. Y dijo el nombre de otra práctica erótica aún más inusual. "No -respondió con disgusto la mujer-. No hago eso". El segundo hombre la soltó también, y la mujer siguió en su rauda caída hacia la muerte. Pero en el piso 50 otro hombre la detuvo. La mujer pensó que seguramente ésa era su última esperanza de salvación. Antes de que el hombre le preguntara nada ella se apresuró a decir: "¡Hago esto y hago lo otro". Entonces fue el hombre el que dijo con disgusto: "¡Pervertida!". Y la soltó... FIN.