Ésta es la historia de "El Mico Cantor". El relato no atenta contra la moral, mas sí contra el buen gusto. Lo aprobó doña Tebaida Tridua, pues el cuento no tiene elementos sicalípticos, pero lo habrían rechazado de consuno la señora Vanderbilt y el señor Carreño, expertos ambos en cuestiones de urbanidad y buenas maneras. Lean mis cuatro lectores, a su riesgo, el mencionado chascarrillo. Helo aquí... El señor Pauto, melómano reconocido, invitó a su esposa a un recital de canto. Le dijo que el concierto era algo muy especial. "¿Quién canta?" -preguntó ella. "Un mico -respondió el señor Pauto-. Vale decir un chango, un mono, un simio, un macaco, un chimpancé". "¿Cómo puede cantar un chimpancé?" -se asombró la señora. "Canta en efecto -contestó don Pauto-. Y parece que no lo hace tan mal. Pero además, cosa de mayor mérito, no canta con la boca, sino con la parte posterior". "¡Un chango que canta por la cola! -exclama la señora estupefacta-. ¡No es posible!". "Lo es, sin embargo -replica don Pauto-. La historia de este antropoide es muy interesante. De él se ha ocupado el National Geographic Magazine, y la revista ?El mundo de la ópera? le ha dedicado ya varios artículos. El mico empezó emitiendo con su parte posterior ciertos sonidos de carácter gutural que al principio fueron tomados por flatulencias, cuescos o ventosidades. Un zoólogo, sin embargo, observó que tales ruidos tenían carácter onomatopéyico, lo cual constituye la raíz del habla. Después el antropoide comenzó a articular con ?aquellito? ciertos fonemas entre los cuales fue posible distinguir con claridad las cinco vocales del abecedario. Luego aprendió a combinar esos sonidos con ciertas consonantes, y formuló frases sencillas como: ?Papá puso -edo a Pepe? y ?Mimí mató a mamá?. Al paso del tiempo el mico logró poner música a aquellos sintagmas y empezó a cantar frases pequeñas con notas igualmente básicas. Finalmente pudo entonar ciertas canciones muy sencillas, como ?Las hojitas?. Eso lo proyectó a la fama. Desde luego ya entenderás que su repertorio es muy modesto, pero creo que vale la pena oír a este singular cantor". Dice entonces la esposa con enojo: "Me niego a escuchar a un chango que canta, y más si lo hace con la parte posterior. Eso a mí me parece cosa de mal gusto. Ve tú, si quieres, y ya me platicarás cómo estuvo ese insólito espectáculo". Acudió el marido, en efecto, al recital. Regresó a su casa cercana ya la medianoche. Venía oliendo a rayos, y todo cubierto de inmundicia. "¿Qué te pasó?" -le pregunta su esposa consternada al tiempo que se tapaba la nariz para no percibir aquel ingrato tufo. Responde don Pauto: "¡Qué bueno que no fuiste! ¡Aquello fue un desastre!". "¡Cuenta, cuenta!" -le pide la mujer, ansiosa, al tiempo que se alejaba un poco más de su hedentinoso marido. Comienza a relatar don Pauto: "Por el interés de escuchar bien al antropoide compré mesa de pista. Quedé muy cerca del macaco, frente a él. Y todo empezó muy bien ¿sabes? El chango inició su actuación cantando cositas muy sencillas, las de su repertorio acostumbrado. Entonó con muy buena afinación y sentimiento su éxito más conocido, "Las hojitas", y fue muy aplaudido. Siguió con ?El chorrito?, que la concurrencia celebró también, entusiasmada. Y se entiende: es de admirarse que un cuadrumano cante, y más si lo hace con la parte posterior. Siguió el mono entonando otras cancioncitas facilitas...". La señora lo interrumpió con impaciencia: "¡Abrevia, abrevia! ¡Quiero saber por qué vienes así, oliendo no a ámbar y cubierto de pies a cabeza de detritos!". Prosigue la relación don Pauto: "Como te dije, todo iba muy bien. El chango seguía interpretando sin problemas su sencillo repertorio usual. Pero nunca falta un imprudente. ¿No crees que a un indejo se le ocurrió pedirle ?Granada??"... FIN.