Doña Loreta hablaba mucho. Era mujer facunda, parlanchina, locuaz, gárrula, verbosa y lenguaraz. Un día, merendando en casa de una amiga, no daba tregua a la sin hueso, que es otro modo de decir la lengua. Hablaba, hablaba, hablaba... La hijita de la señora de la casa le dice a su mamá: "Ca que qui co cú". Doña Loreta se molestó por la interrupción, pero siguió hablando. Y la niñita otra vez: "Ca que qui co cú". Doña Loreta sentía rabia, pues no le gustaba que nadie hablara mientras ella estaba interrumpiendo. Y la pequeña, de nueva cuenta, dirigiéndose a su madre: "Ca que qui co cú". Doña Loreta ya no pudo contener su impaciencia y estalló. "Bueno -pregunta toda encalabrinada-. ¿Qué te quiere decir esta niña con eso de: ?Ca que qui co cú??". "Ay, qué pena -responde con vergüenza la mamá de la nenita-. Dice que ya te calles el hocico tú"... Babalucas se resbaló en la calle cuando pisó una cáscara de plátano, y fue a dar al hospital con dos fracturas de la pierna izquierda, una en la diáfisis del peroné y otra en el maléolo tibial. Se recuperó, gracias al Cielo (ya se sabe: "Si se curó, fue la Virgen; si se murió, fue el doctor"), y pudo volver a su rutina diaria. Una mañana iba de nuevo por la calle y vio otra cáscara de plátano a unos pasos frente a él. "¡Chin! -exclamó lleno de preocupación- ¡Ahí vamos otra vez!"... El beisbol, lo he proclamado muchas veces, es mi deporte favorito. Eso no impide que goce otros, pero el beisbol es para mí lo que siempre ha sido y será siempre: el Rey de los Deportes. Por eso mis cuatro lectores podrán imaginar el señalado orgullo que sentí cuando los Saraperos de Saltillo me invitaron a lanzar la primera bola en el juego inaugural de la temporada 2006. Gran emoción sentí al escuchar el aplauso atronador con que me recibieron los 15 mil aficionados que llenaron el estadio, y más agradecí esa preciosa demostración de afecto porque en el parque estaba el más grandecito de mis nietos, Rafa, que ya va al beisbol de la mano de su padre, igual que yo iba de la mano del mío, que en gloria esté. Muchas palabras tiene el diccionario, pero ni todas juntas alcanzarían a decir mi agradecimiento a la familia Ley, que tanto ha hecho por el beisbol de México, y que en Saltillo, como en todas las ciudades a donde llega, goza del afecto de la comunidad por el bien que hace al deporte y a la sociedad en general. Permítanme añadir, además, que hice muy bien mi lanzamiento. No fue de strike, lo reconozco -me salió ligeramente por la esquinita de afuera, digamos cerca de la tercera base-, pero igual sirvió para el propósito inaugural. Entre los muchos recuerdos inolvidables que a la vida debo, éste de la noche del sábado va a ocupar un lugar muy especial. Gracias por él a los señores Ley, y gracias a mis bondadosos paisanos saltilleros... En cierto bar un solitario individuo bebía como cosaco. El cantinero, hombre compasivo -así suelen ser los de su oficio-, le preguntó solícito: "¿Por qué toma usted tanto, amigo?". Responde el individuo: "Estoy bebiendo en memoria de mi esposa. Era una santa esa mujer, ejemplo de piedad y devoción. Oía tres misas cada día, y cada día rezaba seis rosarios. En la casa se la pasaba cantando himnos piadosos y recitando letanías y jaculatorias. Tenía el pensamiento siempre fijo en asuntos celestiales, tanto que se le olvidaba hacer la comida. Asistía todos los fines de semana a un retiro; durante la semana tomaba clases de religión, de modo que llegaba a la casa a las 11 de la noche. Cuando quería yo hacerle el amor ella decía que mejor leyéramos la Biblia...". "Me parece una santa su señora -declara con emoción el cantinero-. Seguramente por eso Dios la llamó, y se fue al Cielo". "No -dice el sujeto con tristeza-. Se fue al Cielo porque la estrangulé"... FIN.