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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Catón

Himenia Camafría, madura señorita soltera, fue a una fiesta donde había hombres quizás ya no muy jóvenes -digamos que andaban en la cuarentena-, pero sin compromisos, y con pedazos aún aprovechables. Animada por los copetines que se había tomado, la señorita Himenia se planta en medio de la sala y anuncia con la alegría cortesana de Greta Garbo en ?Camille? (con Robert Taylor y Lionel Barrymore, 1936, dirección de George Cukor): ?¡Daré un beso en los labios al hombre que adivine la edad que tengo!?. Se hizo un ominoso silencio entre la concurrencia, y todos los invitados se miraron entre sí. Uno de ellos, evidentemente poseído por báquicos espíritus, rompió el silencio, primero con un hipido de ebrio y luego con estas palabras que quisieron ser irónicas: ?Por lo que se ve, señorita, debe usted tener 2 mil años de edad?. Al escuchar aquello la señorita Himenia se precipita gozosa sobre el estupefacto temulento, se le sienta en el regazo y le planta un sonoro beso en los morros al tiempo que le decía, coqueta: ?¡Bueno, año más, año menos nada importa!?... Una mamá de la época moderna le mostraba a su hijito el álbum familiar. ?Éste es el genetista a quien acudí para tenerte sin necesidad de padre biológico; éste es el encargado del banco de esperma a donde fui, y éste es el médico que llevó a cabo el procedimiento de fertilización?. Pregunta el niñito: ?Y esta mujer con expresión angustiada ¿quién es??. Responde la señora: ?Es la tía Joselina, encargada de hacer el árbol genealógico de la familia?... El marido le pregunta a su esposa: ?¿Qué te gustaría en tu cumpleaños??. Responde ella con voz ensoñadora: ?Me gustaría ser otra vez de 8?. Llegó la fecha, y ese día le dijo el hombre a la señora: ?Prepárate, porque vamos a salir. Te tengo una sorpresa?. Ella se maquilló con esmero y vistió sus mejores galas. Su esposo la llevó al circo; después a los aparatos de diversión -los caballitos, la rueda de la fortuna, las sillas voladoras-, luego ganó para ella un osito de peluche en el tiro al blanco; enseguida la llevó a ver una película de caricaturas y por último le compró un hot dog, un helado y un algodón de azúcar. Terminado todo eso regresaron a la casa. Al llegar le pregunta él, orgulloso. ?¿Cómo la pasaste? ¿Qué se siente ser otra vez de 8??. ?¡Indejo! ?exclama la señora hecha una furia-. ¡Yo me refería a la talla, no a la edad!?... Libidiano, galán concupiscente, asediaba a Dulcilí, muchacha ingenua y cándida. Le pedía la dación de su más íntimo tesoro, el de su doncellez, que ella guardaba con esmero para entregarlo sólo al hombre a quien daría el dulcísimo título de esposo. Inspirada por la lectura de un libro edificante, ?Pureza y hermosura?, de monseñor Tihamer Toth, Dulcilí respondía a las labiosas demandas del galán con un rotundo ?No, no, no?. Le dijo un día con dramático acento: ?¡Puedo darte mi vida, Libidiano, pero no mi virginidad!?. ?¿La vida pa? qué la quiero?? ?respondió él con evidente incorrección del habla. Y remató: ?Además la virginidad es como un billete: si lo das lo pierdes para siempre, pero si lo conservas no te sirve de nada?... Le cuenta un tipo a otro: ?Anoche vi a tu esposa en una fiesta?. Replica el otro: ?No creo que haya sido ella. ¿Qué ropa llevaba??. Contesta el primero: ?Sin lugar a dudas era ella, pero no puedo decirte qué ropa llevaba porque me salí de la fiesta antes de que se vistiera?... FIN.

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