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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

No me explico por qué los mineros del carbón defienden a su líder, Napoleón Gómez Urrutia. Es como si los pollos defendieran al Kentucky Fried Chicken. Napoleón no conoce el carbón ni en una carne asada. Heredó el sindicato de su padre, igual que la muchacha del talón recibió como herencia de su mamá el Paseo de la Reforma después de que la señora ejerció por muchos años en esa prestigiosa rúa el noble oficio de las cuatro letras. Gómez Urrutia es uno de los restos de aquel sindicalismo priista que tanto dañó ?y sigue dañando- a este país, y que hizo de los obreros lo mismo que el ejido hizo de los campesinos: una especie de menores de edad o incapacitados sujetos a tutela. El corporativismo anuló la libertad de asociación, conculcó los derechos de los trabajadores y los aherrojó con la nefasta cláusula de exclusión, atentado el más grande contra la dignidad de la persona. Subsisten aún los vicios de ese sistema sindical corrupto que fue uno de los pilares que sostuvieron al PRI durante siete décadas. Los líderes siguen eternizándose en sus cargos, y llegan a ellos por procedimientos antidemocráticos. Obreros y empresarios por igual deben pagar el alto costo de una pesada burocracia sindical, y la reforma laboral, indispensable en este tiempo, condición sine qua non para la modernización de México, tiene su principal estorbo en esos líderes parasitarios. Y ya no digo más. Aquí dejo la pluma, pues siento que se me están removiendo todos los humores del cuerpo: los naturales o constitutivos; los producidos o segregados; los excretorios o de exhalación y los mediatos, líquidos y semilíquidos. Cuando esos elementos se me alteran pierdo la sindéresis y concinidad que necesito para cumplir la modesta misión que me he fijado: la de orientar a la República. Mejor narraré algunos cuentecillos a fin de restituirle al país el sosiego que de seguro le quitaron mis palabras... Floriselia, joven hija de don Poseidón, llegó al pueblo procedente de la gran ciudad, y en su casa anunció con lacrimoso acento: ?Me reprobaron en la Universidad?. ?¡Cómo! ?exclama el rústico y severo genitor-. ¿Quieres decir que te tronaron??. ?¡También eso!? ?estalla en llanto Floriselia... Nalgarina Grandchichier estaba en el proceso de divorciarse de su esposo. Le aconseja su abogado: ?Y por favor, señora, la próxima vez que yo diga frente al juez que es usted una mujer casta y honesta, una virtuosa dama, una esposa fiel, no ponga la cara de asombro que puso hoy?... Se encuentran dos amigas que hacía tiempo no se veían. Le dice una a la otra: ?Estoy muy preocupada. Voy a tener un hijo?. ?¿Y eso te inquieta? ?responde la otra-. ¡Yo tengo cuatro!?. ?Sí ?concede la primera-. Pero tú estás casada?... Don Astasio llegó a su casa y encontró a su mujer, doña Facilisa, entrepiernada con un desconocido, al parecer repartidor en bicicleta, pues el tipo había dejado sobre el buró las cerchas de metal que los ciclistas usan para que la cadena de su ligero vehículo no les coja la pernera del pantalón. Útil adminículo es ése, y el hecho de que lo usara el hombre que estaba con doña Facilisa da idea del esmero que el joven ponía en el cuidado de su ropa. Pero estoy apartándome de mi relato. Vio don Astasio a su mujer con el concubinario y fue al chifonier donde guardaba la libretita en que apuntaba calificativos para decirlos a su esposa en esas ocasiones. Volvió y leyó con voz de tenedor de libros: ?Mujer de la calle, prostituta, ramera, meretriz, daifa, zurrona, perendeca, mesalina, buscona, meretriz...?. ?¡Ay, Astasio! ?lo interrumpe ella, mortificada-. ¿Ya vas a empezar con tus indirectas??... FIN.

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