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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Un tipo le dice a otro: ?¿Te gustaría tener una experiencia en sexo colectivo? ?. Pregunta el otro: ?¿Quiénes participarán??. Responde el tipo: ?Tú, tu esposa y yo?. ?¡Claro que no participo en eso!? ?exclama furioso el individuo. ?Muy bien ?dice calmoso el otro-. Entonces a ti te tacho?... Don Algón se inscribió en un club nudista. Cuál no sería su sorpresa ?hermosa frase- cuando encontró ahí a su secretaria Rosibel. ?¡Mano poderosa!? ?exclamó don Algón. (Por ser día 10 de mayo pensó que debía usar esa expresión aprendida de su santa madrecita). ?¿Qué pasa, jefe? ?le pregunta con pícara sonrisa la rubia y linda chica-. ¿Le asombra verme aquí??. ?No, señorita Rosibel ?contesta don Algón-. Pero siempre creí que se pintaba usted el pelo?. (No le entendí)... El Estado tiene el monopolio de la fuerza. Entre sus atribuciones está la coacción: puede usar la fuerza para hacer que los particulares respeten el orden jurídico y para castigarlos si se apartan de él. Pero esa fuerza no debe ser violenta, pues entonces se convierte en abuso, y la población puede legítimamente resistirla, y aun rebelarse cuando esos abusos se hacen sistemáticos y el gobierno se vuelve tiranía. Y es que el derecho de la persona humana a la legítima defensa existe también en relación con el Estado. Hay claras evidencias de que algunos policías del Estado de México incurrieron en abusos graves al actuar contra los manifestantes de San Salvador Atenco. Ni siquiera el hecho de que los llamados macheteros sean gente violenta justifica esa brutalidad. Tales excesos son peores cuando se cometen contra mujeres o menores de edad. Es reprobable ?y punible- la conducta de los policías que así abusaron de la fuerza pública y de su autoridad. Con el mismo rigor con que se trata a los manifestantes violentos debe tratarse a quienes convierten en violencia la fuerza del Estado. Esa ilegalidad hace que los encargados de aplicar la ley pierdan autoridad moral, y abre la puerta a más violencias. Merecen castigo quienes por medio de la fuerza quieren lograr beneficios indebidos, pero también han de ser castigados aquellos policías que al hacer mal uso de la autoridad se convirtieron también en delincuentes... Una hormiguita trepó sobre un elefante gigantesco y empezó a refocilarse con él. En el deleite estaba cuando un cazador blanco disparó sobre la enorme bestia, y ésta cayó pesadamente al suelo, muerta. La hormiguita, que confundió el fragoroso ruido del disparo con el delirante estallido del clímax pasional, exclamó consternada: ?¡Carajo! ¡Un solo instante de pasión, y ahora tendré que pasarme la vida entera cavando la tumba de este idiota que murió por culpa mía!?... El cuento que ahora sigue se llama ?Relaciones cibernéticas?... Dana y Joe entablaron amistad vía computadora. Al paso de los meses aquellos intercambios amistosos se fueron convirtiendo en tórridos mensajes de pasión: Joe y Dana se decían cosas de sexo que habrían avergonzado hasta al gobernador de Puebla. Por fin, después de agotar todas las fantasías eróticas, acordaron tener un encuentro personal a fin de hacer realidad sus ardentísimas lucubraciones. Se citaron en un discreto bar. Llegó primero Joe. Cincuentón, calvo solemne y barrigudo, no era precisamente un Adonis. A poco llegó Dana. Era de baja estatura, tenía voluminoso cuerpo. Dana mira a Joe y se consterna. ?Me sorprendes ?confiesa-. En tus mensajes me decías que eras joven, de cabello negro, y esbelto?. ?Tú me sorprendes más ?le dice Joe a Dana-. Me decías que eras alta, delgada, y mujer?... FIN.

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