Eran los tiempos del PRI. Eran los tiempos en que las elecciones siempre las ganaba el PRI. Eran los tiempos en que hasta los muertos votaban por el PRI. Iba a haber elección presidencial, y el delegado del partido en Coahuila, mi natal estado, le pidió a cada alcalde un número de votos, no a fin de garantizar el triunfo del candidato, que eso se daba por descontado, sino para superar el número de sufragios obtenido por el anterior, y así halagar a quien sería el Presidente. En un pequeño pueblo del norte el alcalde se dio cuenta de que ni siquiera con todos los votos del padrón reuniría la cantidad de votos que se le demandaban, de modo que en compañía de su secretario fue al panteón de la localidad y se puso a empadronar a todos los difuntos que ahí dormían el sueño eterno de la paz. Iba lápida por lápida, y dictaba a su asistente el nombre del finado. Llegaron los dos a una tumba tan antigua que no se podían leer bien las letras de la lápida. El tiempo casi las había borrado. El señor alcalde, después de limpiar con la manga del saco el polvo que cubría los borrosos caracteres, se aplicó a descifrarlos trabajosamente. ?Ya no batalle, jefe ?le dijo el secretario-. Hay muchas otras tumbas. De ahí sacaremos los votos que nos faltan?. ?Calla, necio ?lo reprendió el munícipe-. Este ciudadano tiene el mismo derecho de votar que tienen los demás?. Por fortuna aquellas viejas prácticas priistas han sido eliminadas, y el profuso anecdotario de la folclórica corrupción electoral quedó en eso, en mero anecdotario. Las elecciones ya no las hace el Gobierno: ahora son organizadas, realizadas y calificadas por los ciudadanos. Quienes integran el organismo encargado de esa trascendental tarea deben estar libres de cualquier sospecha, y ser como la esposa de César ?sin compromiso con él, claro-, que no sólo debía ser honesta, sino además parecerlo. La imparcialidad de los consejeros del IFE ha de ser patente, y sus decisiones deben apegarse estrictamente a la ley, de modo que en lo posible nadie pueda impugnarlas. De ahí derivará una certeza que se traducirá en orden y paz social. Ciertamente no faltarán partidos o candidatos que impugnen las determinaciones del órgano electoral. A eso tienen derecho las organizaciones políticas y los ciudadanos. Las decisiones del órgano electoral son por esencia impugnables. Se admite el error. Lo que no se admite es la falta de objetividad, la carencia de una actitud equitativa que mida con el mismo rasero a todos los candidatos, con abstracción de su personalidad o del partido que los postula. La próxima elección presidencial será una difícil elección. El tono de las campañas ha exacerbado los ánimos de los contendientes y de sus partidarios. Toca al órgano electoral disipar toda inquietud que el proceso pueda suscitar. La ley y la equidad son sus mejores herramientas para lograr ese propósito... Una vez que he cumplido mi función orientadora daré paso a algunos cuentecillos... Ella le dice a él: ?¿Cuándo nos casamos??. Él responde: ?¿Por qué casarnos??. Aduce ella: ?Bien sabes que voy a tener un hijo?. Replica el individuo: ?Un hijo no es por sí solo razón para casarse?. ?Quizá un hijo no ?concede ella-. ¡Pero ya tenemos cinco, desgraciado!?... Don Añilio, señor de edad madura, pasó un rato agradable con una linda chica. Le pregunta ella: ?¿Cuándo lo hacemos otra vez, don Seni??. Responde con feble voz el veterano: ?Tú dime el día, chula, y yo te diré el año?... La muchacha le dice a su papá: ?Papi: ¿puedo tomar en la escuela el curso de educación sexual??. ?Sí ?autoriza el señor-. Nada más asegúrate de que los exámenes no sean orales?. (No le entendí)... FIN.