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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Aquel pobre hombre se llamaba Juan Caquita. Mis cuatro lectores habrán de comprender que con ese nombre la vida era para el señor Caquita un sufrimiento continuado. En la oficina las secretarias le gritaban de un lado a otro del local: ?¡Señor Caquita!?. Él acudía presto, a ver en qué podía servir, y resultaba que para nada lo habían llamado las traviesas chicas, únicamente para que todos rieran al escuchar aquel chistoso nombre. ¡Pobre señor Caquita! ¡Cómo sufría a causa de su cacofónico apellido! Se decidió a cambiarlo, pues, por otro que fuera al mismo tiempo sonoro y de prosapia. Luego de buscar con empeño igual al del hidalgo de la Mancha cuando se bautizó a sí mismo, el señor Caquita halló el nombre ?Farnesio?, que le pareció noble y significativo, pues según consultó en un diccionario así se llamaba el famoso duque de Parma, Alejandro Farnesio, quien combatió en la batalla de Lepanto, y que, aunque tuvo un hijo de feo nombre, Ranuccio, se honraba con aquel claro apelativo. Caquita contrató a un abogado, y éste inició un procedimiento de jurisdicción voluntaria a cuyo término el juez autorizó al C. Juan Caquita a llamarse en lo sucesivo ?Juan Farnesio?. En el momento mismo en que recibió aquel permiso judicial don Juan dijo a su abogado: ?Quiero que inicie hoy mismo otro procedimiento igual, licenciado. Ahora me quiero llamar ?Juan Farné?. El abogado se asombró, y vaya que es difícil que un abogado se asombre de algo. ?¿Por qué quiere usted llamarse ahora ?Juan Farné?? preguntó sorprendido-. Ya tiene un nombre que no se presta a risas: ?Juan Farnesio?. ?Es cierto licenciado reconoció don Juan-. Pero mis compañeras de oficina son muy mendiguillas. Me preguntarán cómo me llamo. Yo les diré: ?Juan Farnesio?. Entonces ellas volverán a preguntar: ?Y ¿cómo se llamaba antes??. Yo tendré que responder: ?Juan Caquita?, y otra vez se reirán de mí. Del otro modo, cuando me pregunten cómo me llamo ahora les responderé: ?Juan Farné?. Ellas, mendiguillas como son, me preguntarán: ?¿Y cómo se llamaba antes??. Entonces yo les responderé: ?Juan Farnesio?. Y seré yo el que me ría de ellas?... Ovonio Grandbolier se lamentaba: ?No he podido comprar casa ni automóvil?. Un amigo le dice: ?En cambio yo tengo una buena casa, y coche del año, con ayuda de Dios?. Contesta irritado Grandbolier: ?No, pos con esa ayuda hasta yo, que soy más indejo?... En la playa un individuo le dijo a la chica de generoso busto: ?Señorita: gustosamente le obsequiaré mil pesos si me permite usted tocar su generoso busto?. ?Viejo pelado, grosero, majadero, sinvergüenza! protesta la muchacha con enojo-. ¡Lárguese de aquí, o llamaré a la policía!?. ?Señorita -reitera el individuo-. Es muy grande mi anhelo de tocar su generoso busto. Si me concede usted ese deseo le obsequiaré con gusto 3 mil pesos?. ?Deje de molestarme? dijo la muchacha ya sin signos de admiración. ?Señorita insiste el tipo-, es irresistible el afán que siento de tocar su generoso busto. Si me deja usted gozar esa ventura le obsequiaré 5 mil pesos?. Ella pensó en lo que podía comprarse con esa suma, y consideró que lo que iba a tocar aquel señor no era jabón que se gastara. Feliz aquél o aquélla, digo yo, que vende su mercancía y después de venderla se queda con ella, y puede venderla otra vez. Esos son negocios, no shin..., si me es permitida la expresión. Así pues la joven procedió con moderada pena a quitarse la pieza superior de su bikini al tiempo que autorizaba al solicitante: ?Está bien: toque usted?. Poseído por igniscente afán el individuo empezó a palpar los ebúrneos encantos de la chica. Al sobarlos exclamaba una y otra vez con acezante voz: ?¡Dios mío! ¡Dios mío!?. Seguía tocando y seguía diciendo: ?¡Dios mío! ¡Dios mío!?. A la tercera vez que profirió aquella jaculatoria -por cierto muy fuera de lugar-, la muchacha ya no se pudo contener y preguntó al sujeto: ?¿Por qué dice usted tantas veces: ?¡Dios mío! ¡Dios mío!???. ?¡Dios mío! ¡Dios mío!? -repite el individuo sin dejar de tocar-. ¿De dónde voy a sacar yo 5 mil pesos??... FIN.

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