En presencia del compadre la señora le pregunta solemnemente a su marido: ?Si te fueras a Estados Unidos y estuvieras ahí dos años sin volver ¿me serías fiel??. Contesta el hombre: ?Sinceramente creo que eso me sería difícil?. Inquiere de nueva cuenta la señora: ?Y ¿entenderías si yo tampoco pudiera guardarte esa fidelidad??. Declara el esposo: ?Sí, entendería?. Prorrumpe entonces el compadre: ?¡Gracias, compadrito! ¡No sabe usted el peso tan grande que nos quita de encima con sus palabras!?... En la casa de mala nota a aquella muchacha le decían ?El pitcher?. Aguantaba nueve entradas. (No le entendí)... Esto de ser juglar tiene sus asegunes y dependes, como dice la gente del Potrero para aludir a lo azaroso y eventual. Un ejemplo: mientras tú, que eres uno de mis cuatro lectores, veías en la tele el partido México-Irán, yo estaba suspendido en el aire como a 20 mil metros de altura, igual que don Cornelio Reyna, en vuelo hacia la hermosa ciudad de León, en Guanajuato, para presentar mi más reciente libro: ?Juárez y Maximiliano: la roca y el ensueño?, sacado a luz por Diana, mi amada casa editorial. Estoy patidifuso y boquiabierto ante el éxito que ha tenido ese libro, que con tanto amor escribí y tan grande empeño. Al parecer se ha corrido la voz entre el público lector de que el relato que hago de ese apasionante periodo de la historia mexicana es ameno, lleno de anécdotas sabrosas y con datos que la historia oficial presentó deformados, o de plano ocultó. El caso es que el libro me sorprendió a mí mismo. Había sugerido yo a mis editores que hicieran un tiraje corto de la edición primera, a fin de tantear el agua a los camotes, si me es permitida esa ática expresión. Ellos, profesionales de los libros como son, desoyeron mi súplica, y antes bien hicieron una impresión mayor de la que se usa. Tenían la razón, naturalmente. Mis cuatro lectores estaban esperando que la serie que publiqué en periódicos, ?La otra historia de México?, saliera en forma de libro, y cuando apareció se apresuraron a adquirirlo, pues ahora tenían en un bello volumen lo que muchos habían guardado en recortes de periódicos. Pero no es esto lo que quería decir, aunque quería decir todo esto. Lo que quería decir es que a la hora en que jugaba nuestra selección yo iba escribiendo esto entre las nubes, pues así me lo exigía el riguroso horario periodístico. No supe con oportunidad, por tanto, el resultado del encuentro, que ojalá nos haya sido favorable, pues en todo lo demás andamos ligeramente j..., y no nos vendría mal un soplo de optimismo. O de cualquier cosa, para el caso. Lo que puedo decir es que ya desde el viernes la política pasó a un segundo plano, si segundo plano se llama el que no existe. Parecía que la campaña presidencial jamás había existido, y todo se volvía pronósticos y conjeturas en torno del encuentro futbolístico. Dicen los enterados que los equipos pequeños pueden dar sorpresas. Y el de México es, en promedio, el de más baja estatura entre todos los participantes. Haya ganado México, o haya perdido, esperemos. Esperar no nos será dificultoso, pues en todo, en todo, estamos esperando... ?Perdimos el vuelo ?le dice el amigo a Babalucas-, y ahora tendremos que esperar seis horas en el aeropuerto?. ?No te desesperes ?lo consuela el tonto roque-. Somos dos; nos tocan tres horas a cada uno?... Himenia Camafría y Celiberia Sinvarón, maduras señoritas solteras, fueron a un museo de arte, y acordaron separarse y encontrarse al final de la visita, para comentarla. Cuando se reunieron después la señorita Himenia dice con escándalo: ?¿Cómo pueden tener aquí esa estatua griega de mármol, de un hombre completamente desnudo, y más mostrando su atributo varonil, tan grande??. ?Y tan frío? ?completa la señorita Sinvarón... FIN.