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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Himenia Camafría, madura señorita soltera, llamó por teléfono al manicomio del lugar. "¿Se les escapó un maniático sexual?". "Efectivamente -responde el encargado-. ¿Sabe usted dónde está?". Dice la señorita Himenia: "Mañana se los llevo"... Bustolia y Nalgarina, coristas de segunda en un teatro de tercera, hablaban de su compañera de cuarto. Comenta Bustolia: "Pompana anda con ese ricachón por motivos religiosos". Pregunta Nalgarina: "¿Por qué por motivos religiosos?". Explica Bustolia: "Adora el dinero"... El amor, ya se sabe, es el triunfo de la imaginación sobre la inteligencia. Simpliciano, por ejemplo, se enamoró ciegamente de Uglicia. Sólo con ceguedad podía prendarse así, pues la muchacha era más fea que un coche por abajo. Si hubiera sido la princesa del cuento el sapo no se habría dejado besar por ella. Desde luego Simpliciano tampoco era una ganga -ningún hombre lo es, cualquier mujer lo sabe-, pero al lado de Uglicia aquel joven esmirriado y con marcas de acné era un Adonis, un Apolo de Belvedere. Se conocieron en un bar cuya penumbra fue cómplice de la muchacha. Él le pidió una cita, lo cual sorprendió a Uglicia, pues los hombres le pedían siempre algotra cosa. Ella la dio, cosa que generalmente hacía en plural, y después de un breve noviazgo -cumplido siempre por la noche, pues a la luz del día Uglicia nunca se dejaba ver- Simpliciano realizó su anhelo de unir su vida a la de aquella mujer que lo había deslumbrado. ¡Cuán sabio es el refrán que dice que cada ollita encuentra su tapaderita! La noche de bodas ella insistió en que todo se llevara a cabo con la luz apagada. No extrañe el caso: la esposa de Edison jamás quiso hacerlo con la luz prendida, pese a los ímprobos trabajos que su marido pasó para inventar la bujía eléctrica. Simpliciano le pedía a Uglicia que por lo menos dejaran encendida la luz del baño, pues quería contemplar así fuera un atisbo de los encantos de la mujer amada. Pero el problema es que ella no tenía encantos, y por tanto insistió en la oscuridad. Por tanto aquellas raras nupcias se consumaron en condiciones de calígine. ¡Pobre Simpliciano! Su inocencia era de cordero lechal. Hay hombres que cuando están con su mujer se imaginan que están con Michelle Pfeiffer, o con Sandra Bullock, o con las dos al mismo tiempo, si el caso lo amerita. Él no: cuando estaba con Uglicia cerraba los ojos y se imaginaba que estaba con Uglicia. No tenía sentido de la estética, pero sí de la fidelidad. Eso, desde cierto punto de vista, es más plausible. Hay un mandamiento que dice: "No cometerás adulterio", pero ninguno hay que diga, por ejemplo: "Apreciarás la obra de Andy Warhol". (El nombre verdadero de este artista era Andrew Warhola. Lo aprendí en la lectura de su libro "The Philosophy of Andy Warhol, de la A a la B y vuelta"). Simpliciano era congruente, no como López Obrador, que un día coquetea con los empresarios, les hace zalemas, los adula, y al día siguiente despotrica violentamente contra ellos, los llama delincuentes, los acusa de traficar con influencias (sin decir nombres, claro), y los señala como culpables de un "compló" -otro más- tendiente a destruirlo. Si así actúa AMLO como candidato, con esa falta de serenidad y de prudencia, de sentido político, de actitud conciliatoria, imaginemos cómo actuaría si por desgracia para México llegara a la Presidencia. Pero no estaba yo hablando de López Obrador, sino de Uglicia y Simpliciano. Del amor de esta pareja derivo la siguiente conclusión: unos son los ojos del cuerpo y otros los del alma. Éstos miran siempre con claridad mayor. Bien les decía a sus hijos mamá Gracia, bisabuela mía, cuando los muchachos andaban en trance de buscar esposa: "Hijos: la mujer por lo que valga, no por la nalga"... FIN.

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