?Incertidumbre es el dolor de amar?. Lo dijo Gonzalo Curiel, gran dicente de cosas de amor y desamor. Yo digo que esa incertidumbre -la del amor- es casi certeza notarial si se compara con las incertidum-bres de la democracia. En ella puede suceder lo mejor, lo peor y todo lo demás. En una democracia nadie sabe lo que va a pasar. Más aún: nadie sabe lo que no va a pasar. En la elección del próximo domingo, por ejemplo, Calderón puede ganar o perder, López Obrador puede perder o ganar, y Madrazo puede perder o perder. Ni siquiera esto último es cosa indubitable. Quienes han visto al candidato priista en los últimos días lo han visto tranquilo y confiado. Sus partidarios piensan que si no hay abstencionismo, si más de la mitad de los ciudadanos registrados en el padrón electoral van a votar, su candidato tiene bastantes posibilidades de alzarse con el triunfo. Eso sería una mayúscula sorpresa, ciertamente, pero no se debe dejar de considerar la vasta clientela política que aún conserva el PRI, su predominio en la mayoría de los estados del país y su firme estructura electoral. Por eso me sorprende la seguridad con que algunos observadores hacen pronósticos acerca de la jornada electoral. Ni los profetas del Antiguo Testamento, mayores y menores, ni la sibila de Cumas, Casandra, Nostradamus, el Papa Celestino, la madre Matiana o los modernos arúspices presentan sus vaticinios con el desparpajo de estos augures de café. De mí yo sé decir que si alguien me pregunta: ?¿Ganará Calderón??, daré la clase respuesta de quien no sabe leer el porvenir: ?Pue? que sí, pue? que no, pue? que quién sabe?. Y lo mismo responderé si la pregunta se refiere a Madrazo o a López Obrador. Acerca de las sorpresas que la democracia suele deparar es clásico el ejemplo de la victoria de Truman sobre Dewey en la elección presidencial de Estados Unidos, en 1948. Nadie daba un cacahuate por la victoria de Truman sobre su poderoso rival republicano. El influyente ?Washington Post? dijo que el triunfo de Dewey era tan cierto como que a la noche sigue el día. El ?Chicago Tribune? publicó en su primera plana la noticia que sus directivos habían dado por segura: ?Dewey derrota a Truman?. Al día siguiente el ?Tribune? tuvo que disculparse con sus lectores, y el ?Post? puso un letrero en la fachada de su edificio en Washington: ?Señor Presidente: estamos listos para comernos nuestras palabras cuando usted esté listo para servir el plato?. Lo mejor, entonces, para no tener que comer ese amargo platillo -el de las palabras dichas imprudentemente- es no adelantar vísperas. Las únicas profecías seguras son las que se hacen una vez que ha sucedido lo que se va a profetizar. Yo haré la mía tras de que el Instituto Federal Electoral dé a conocer el resultado final de la elección... Termina el trance de pasional amor y él le dice a ella: ?Anda, no seas tímida; dime cómo te llamas?... Llegó un sujeto al Cielo y vio una puerta que decía: ?Para los mártires?. Quiso entrar por ahí, pero San Pedro lo detuvo. Le dijo: ?¿No sabes leer? Esa puerta es exclusiva para mártires?. ?Precisamente -replica el tipo-. Me casé tres veces?. ?Ah vaya -dice el portero celestial-. Busca entonces la puerta que dice: ?Para los indejos??... Viene ahora un cuento purpurino. Las personas que no gusten de leer cuentos purpurinos deben suspender aquí mismo la lectura... Un individuo entró en el salón de tatuajes y le pidió al encargado que le tatuara en su parte varonil el dibujo de un billete de mil pesos. ?¿Un billete de mil pesos ahí? -se asombra el tatuador-. ¿Por qué??. ?Por tres razones -explica el individuo-. Primera: me gusta jugar con el dinero. Segunda: me gusta ver crecer el dinero. Tercera y más importante: cuando mi mujer quiera gastar mil pesos no tendrá que salir de la casa?... FIN.