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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Lo primero es votar. El voto es la manifestación más directa de la democracia. Es también el primer indicio de la libertad, pues votar es elegir, y en eso consiste la libertad: en la posibilidad de elegir, ya sea entre dos candidatos o entre dos marcas de jabón. Este día los mexicanos iremos a votar. Elegiremos no sólo al próximo presidente de México: elegiremos además el futuro que deseamos para la nación. En circunstancias normales ese futuro nos preocuparía únicamente en relación con los próximos seis años: estaríamos eligiendo presidente por un sexenio, nada más. Pero sucede que en la boleta aparece López Obrador, y de él puede esperarse cualquier cosa. Quizá si es electo no llegaría al extremo de alterar la vida institucional de la República para reelegirse (tampoco esto se debe descartar), pero ciertamente todas sus acciones de gobierno estarían encaminadas desde el primer momento a conseguir la perpetuación de su grupo en el poder. No dejaría ningún hilo sin atar: hasta el último puesto de gendarme en el último pueblo del país sería controlado y utilizado luego para afianzar ese dominio. El ejercicio del poder sería total, absoluto, por no decir totalitario, absolutista. Es incipiente nuestra democracia, la falta de educación política de la mayoría de los mexicanos es cosa incuestionable, y bien podría suceder que con el triunfo de López Obrador se iniciara un cacicazgo político semejante al que se ha enseñoreado del Distrito Federal, y que no tiene trazas de acabar. Quizá ese predominio no duraría tanto como el que el PRI ejerció, pero por ahí andaríamos. Así las cosas, no sólo hay que ejercer el voto: hay que ejercerlo pensando en el futuro. Muchos mexicanos pobres tendrán que votar hoy pensando en sí mismos, en la limosna que se les ofreció, una dádiva que no aliviará su pobreza, pero sí empobrecerá al país. Casa por casa de esos pobres fueron las redes ciudadanas -nombre mejor no pudieron idear sus inventores: las redes son para atrapar- haciendo aquella promesa que era en verdad una compra de votos a futuro. Si esa ignorancia lamentable, y esa pobreza más lamentable aún salen a votar tendremos no sólo un sexenio de populismo, sino dos o tres más. Otros electores que no son pobres votarán igualmente pensando en su interés: el poder que deriva de pertenecer al grupo dominante, el afán de ver cumplidos viejos dogmas. También ellos votarán pensando en sí mismos. Otros, en cambio, muchos otros, votarán pensando en el bien de México. Votarán por un candidato con valores éticos, preparación, visión clara de México y del mundo, sentido de la modernidad, talante democrático, respeto a la libertad de los demás, auténtico afán de justicia para los necesitados. Votarán por un candidato alejado de actitudes autoritarias o mesiánicas, que busque la unidad de los mexicanos en vez de dividirlos en clases y enfrentarlos. Decía Ortega que la claridad es la cortesía del filósofo. En el caso de quien escribe en los periódicos esa claridad no es sólo cortesía: es deber insoslayable. Con esa claridad diré que no voy a votar por López Obrador. Lo considero un riesgo para México, para los mexicanos todos. Tampoco puedo darle mi voto a Madrazo: eso sería volver a los tiempos más malos del priismo. Mi voto será para Felipe Calderón. En él advierto una sólida formación personal y una actitud ética por encima de acusaciones de última hora que finalmente no fueron comprobadas. Al decir esto no intento influir en la voluntad de nadie: lo digo cuando ya todos saben por quién van a votar. Al decir esto quiero decir que votaré pensando en el bien de México. Es decir, pensando en el bien de mis hijos y mis nietos... FIN.

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