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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Escribo esto que escribo el domingo temprano en la mañana. Ya voté -en la casilla me dijeron que fui de los primeros en hacerlo-, y luzco ufano en el pulgar de la mano derecha la seña del ciudadano cumplidor. Millones de mexicanos hicieron lo mismo que hice yo. De todos esos actos individuales derivará la expresión de una voluntad general que espero sea tan clara que nadie la pueda impugnar sin fundamento. Lo que más deseo para México es la paz. Tal es la fuente primera de donde emanan todos los bienes que juntos forman el mayor bien, el bien común. A la hora en que esto escribo no conozco aún el nombre de quien será el próximo Presidente de México. Lo sabré junto contigo, y al saberlo desearé para él, sea quien sea, la mejor ventura, pues de su suerte dependerá en buena parte la de México. Hemos gozado en estos años últimos los beneficios que derivan de la vida en un país que a pesar de todos sus problemas conserva la libertad, empieza a ejercitarse en los usos de la democracia y trabaja por conseguir la justicia para todos. Nuestra economía es firme; muchos mexicanos tienen ahora acceso a dones que antes no podían alcanzar. Hay muchas desigualdades todavía, es cierto; la inseguridad nos amenaza, e innumerables mexicanos se han visto obligados a buscar la vida -muchos han hallado la muerte- en la nación vecina, pues la propia no ha podido darles, por efecto de pasados vicios y equivocaciones, lo necesario para vivir con dignidad. Pero por encima de todos esos males hemos ido avanzando en la tarea de hacer de nuestra patria una casa mejor para sus moradores. Ojalá esa labor no se interrumpa; ojalá los nuevos gobernantes gobiernen con alteza de miras, sin ambición insana, de modo que por encima del intereses propios o partidistas pongan el bien comunitario. La campaña política, que tanto tiempo, tantas energías y tantos recursos reclamó, fue áspera. La primera tarea del ganador, entonces, será hacer una convocatoria a la reconciliación. Es necesario que todos los mexicanos, divididos ayer por esa pugna de política, vuelvan a estar unidos hoy en el común amor a México. Que la autoridad electoral y el tribunal de la materia cumplan sus funciones con apego a la ley, y que sus decisiones sean acatadas por todos. Que nadie pretenda ganar con argucias o -menos aún- con violencias lo que no logró en las urnas. Y que podamos volver a una vida cotidiana, ordenada y pacífica, para buscar en el hogar y en el trabajo siquiera sea un atisbo de ese bien al que aspiramos todos y que se llama -sonoro nombre- la felicidad. Séame permitido, mientras tanto, sosegar la presente ansiedad de la República con el relato de algunos cuentecillos... Al salir del cine la muchacha le dice a su galán: "¡Qué magistral manera de manejar el erotismo, la sensualidad, el sexo, la pasión, todos los instintos primarios del hombre y la mujer! Me pregunto cómo estaría la película"... Llegó a su casa don Cornulio y sorprendió a su mujer refocilándose con un desconocido. "¡Ah, villano! -le grita don Cornulio al follador-. ¡Esto me lo vas a pagar!". Pregunta con timidez el tipo: "¿Admite usted tarjeta de crédito?"... Eran los tiempos de las luchas entre ingleses, franceses y españoles. Los reyes de las tres naciones acordaron dirimir sus contiendas en modo personal: cada uno de ellos dejaría ver su varonía, y el mejor dotado ganaría la lid. Presentó lo suyo el soberano español. Sus súbditos gritaron con orgullo: "¡Viva España!". Expuso su correspondiente parte el rey de Francia. Y gritaron ufanos los franceses: "Vive la France!". Mostró lo que tenía el rey inglés. Y al ver aquello todos gritaron asustados: "God save the Queen!"... FIN.

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