Roberto Orozco Melo, maestro de periodistas en mi natal Coahuila, es amenísimo conversador. Con donosura e ingenio narra los hechos y los dichos de la gente nuestra. Entre sus relatos está el de aquel señor que llegó a la edad de la jubilación y decidió aplicar sus ocios al aprendizaje del difícil arte de la pintura. Era hombre religioso, y su piedad se había acrecido con los muchos años. Bien lo dijo Machado: la ancianidad nos hace rezanderos. Así pues el señor empezó a pintar estampas de santos y de santas. Buscó a un cierto compadre que tenía y le ofreció sus servicios de pintor. "A tiempo llega usted, compadre -dijo el otro-. Mi casa necesita una buena mano de pintura". "Pintor soy -se amoscó el novel discípulo de Apeles-, mas no de brocha gorda, sino artista. Pinto cuadros de santos, al óleo, para mayor devoción, pues el óleo es más caro que el temple o la acuarela. Si usted tiene devoción por algún santo o santa de los del calendario con gusto le pintaré su imagen, y con tarifa módica además. El compadrazgo es un sagrado vínculo del cual derivan graves compromisos. En este caso mi compromiso es hacerle un descuento". "Se honra usted a sí mismo, compadre, al honrar de ese modo nuestro parentesco espiritual" -reconoció solemnemente el otro. Fingía aquella solemnidad, por cierto. El sujeto era dado a travesuras y chocarrerías, y estaba haciendo solapada burleta de su amigo, que ahora le había resultado artista. "¿Qué estampa quiere que le pinte?" -preguntó el compadre. Respondió el otro: "Soy devoto de las Once Mil Vírgenes -respondió el otro-. Póngame su retrato, de una por una, en el cuadro que me pintará". Desaforada burla era aquella, pero el pintor en ciernes aceptó la comisión. "Con gusto haré lo que me pide" -dijo. Quiso saber el otro: "¿Cuánto me cobrará por ese cuadro. No olvide lo del parentesco espiritual". "¿Qué le parece -respondió el artista-, un peso por virgen?". "Muy razonable me parece el precio -aceptó el otro-. Acabo de comprar una Última Cena en 15 pesos, de modo que me salió a peso cada apóstol y tres pesos Jesucristo. Un peso por virgen me parece bien". Se fue el pintor, y al mes le presentó al compadre el cuadro terminado. En él se veía una iglesia de vastas proporciones a cuya puerta, de rodillas, estaba una virgen orante. "Aquí tiene usted su cuadro de las Once Mil Vírgenes, compadre" -le dijo con toda seriedad. "Compadre -opuso el otro-. Aquí veo una virgen nada más. ¿Dónde están las otras 10 mil 999?". "Están adentro de la catedral, rezando" -respondió con la misma seriedad el artista. "Entiendo -aceptó el compadre-. Aquí tiene, entonces, el pago convenido". Y así diciendo le entregó al pintor un peso. "Oiga -reclamó el artista con enojo-. Quedamos en que eran 11 mil pesos, uno por cada virgen". "Es cierto -reconoció el otro-. Las otras se las iré pagando una por una, según vayan saliendo"... Así López Obrador: quiere contar voto por voto, a ver si uno por uno salen los 500 mil que dijo tener de ventaja sobre Calderón. No saldrán: este arroz ya se coció; todo indica que el triunfo del panista es irreversible. Siempre estuvo pidiendo AMLo que le ganaron en las urnas. Pues bien: le ganaron. El pueblo en su mayoría fue finalmente el que lo desaforó. Lo mejor que puede hacer ahora es acatar la voluntad de los mexicanos; dejarse ya de mezquindades; reconocer -como otros ya lo hicieron- el resultado del voto de los ciudadanos y no empecinarse en arrancar por fuerza o con argucias lo que ya en ningún modo puede conseguir. No se le pide gallardía, generosidad o patriotismo. Tampoco se le pide que piense en el bien de México en vez de aferrarse a su obsesión de poder. Quizá en su caso eso sería demasiado pedir. Se le pide sencillamente que tenga sentido de la realidad... FIN.
