Un señor de edad madura casó con mujer joven. Ella advirtió de inmediato que los mejores tiempos de su esposo habían pasado ya. Fue con un médico y le confió sus cuitas. "No se preocupe usted, señora -le dice el facultativo-. Lleve estas píldoras y haga que las tome su marido. Cada una le quitará diez años?. Esa misma noche la ansiosa señora puso una píldora en el tazón de leche tibia que acostumbraba tomar su senescente cónyuge. Para asegurarse el buen resultado del reconstituyente fármaco puso otra píldora, y otra, y otra, y dos píldoras más. Tan pronto el señor bebió su leche ella se dirigió a la alcoba, se arregló, se perfumó, se puso su más vaporoso negligé y se tendió en el tálamo con sensual actitud de Cleopatra, Mesalina o Friné. Llegó el marido, y sin siquiera notar la voluptuosa disposición de su señora se echó a dormir como un bendito. Ella no se apesadumbró. Dijo para sí: "Seguramente durante la noche hará su efecto la mirífica pócima rejuvenecedora?. Y se durmió también, esperanzada, y tuvo hermosos sueños en los que su febril lubricidad le presentó deliquios mil de incandescente amor. Rompió por fin la luz del nuevo día. Abrió el señor los ojos. Gozosa, su mujer advirtió en ellos nuevo brillo, como si los tuviera iluminados por esplendente fulgor de mocedad. El hombre saltó de la cama con energía inusitada y movimientos rápidos y vigorosos. La esposa, feliz al observar que el mágico elixir había dado resultados, le dice con voz cargada de sensuales sugerencias: "¿A dónde vas, mi amor? ¿Por qué así saltas del mullido lecho? Ven, permanece un rato conmigo; deja que te ciñan mis amorosos brazos?. "No puedo -responde el señor al tiempo que se vestía apresuradamente-. Se me hace tarde para el kinder?... Una robusta dama entra en el consultorio médico y le dice al doctor con imperioso acento: "Hágame un examen, rápido, y dígame de inmediato su diagnóstico?. "Muy bien -responde el profesionista-. Está usted muy gorda, se maquilla con exceso y necesita anteojos. El letrero dice: ?Médico veterinario??... Aquel sujeto era un avaro peor que Shylock, un cicatero más duro que Harpagón, un hombre más tacaño que Grandet. Su pobre mujer le dijo un día: "Viejo, necesito que me compres zapatos. Los que hace tres años me trajiste ya se me acabaron?. "Es que te los pones -replica el roñoso individuo-. Pero todavía se ven bien?. "Porque los cuido mucho -explica ella-, pero las suelas ya están todas gastadas?. "No han de estar tanto? -opone el cutre. "Sí lo están -insiste la infeliz-. Mira: voy a cerrar los ojos y tú pon una moneda en el suelo?. El tipo, algo extrañado por la rara demanda de su cónyuge, colocó una moneda en el piso. Ella, sin verla, pone el pie sobre la moneda y dice: "Águila?... Llegaron los revolucionarios al pueblo y entraron violentamente en un convento de monjitas. Las juntan a todas en el refectorio, y el jefe de la cuadrilla le dice a la superiora al tiempo que le ponía enfrente a un joven soldado fortachón: "Quiero que sepa lo que es un hombre, señora. Se va usted a ir a una celda con este muchacho?. "De ninguna manera -responde enérgicamente la monjita-. Por mis sagrados votos no puedo hacer tal cosa?. "Muy bien -acepta el jefe-. Entonces se va a tomar esta botella de tequila?. Y le pone en las manos una botella del fuerte licor patrio. La reverenda madre aplicó la tesis ignaciana del mal menor, y apuró hasta el fondo el ardoroso líquido. Cuando termina de beber se limpia la boca con la manga y luego dice con tono retador: "Y ahora ¿dónde está ese joven soldado fortachón??... FIN.
