Tres formas hay seguras, dicen, de hacerse rico en México: el agio, el plagio y el sufragio. El agio, en efecto, es garantía de ganancia cierta. Ya no se trata aquí de aquellos sórdidos avaros al modo de Dostoiewsky o de Balzac, mujeres y hombres sombríos que prestaban dinero con usura y al final morían asesinados, o con una rata en la boca, en soledad. Se trata de los agiotistas de cuello blanco, institucionalizados, cuyos exorbitantes intereses les rinden cada año ganancias de estratósfera a costa de las posibilidades de inversión y desarrollo del País. El plagio es también fuente de dinero fácil, y ahora medio para buscar poder, porque hay quienes plagian personas, y les llaman delincuentes, y otros que secuestran ciudades, y les llaman luchadores sociales. En ese caso están los tristemente célebres "maestros" de Oaxaca, que robaron esa joya multicolor, la Guelaguetza, y en ese caso están también los que han plagiado la Ciudad de México y la mantienen como rehén para obtener sus ilegales pretensiones. Por último el sufragio es igualmente camino de riqueza, por las suculentas "prerrogati-vas" -nombre más exacto no pudieron hallar para estos gajes- que reciben los partidos políticos, algunos de los cuales son verdaderos negocios familiares, y aun personales, sostenidos contra toda razón y toda decencia, flagrantes falsedades en un país que aspira a la auténtica vida democrática. Agio, plagio y sufragio: tres modos de hacerse de riqueza en un país de pobres. Y las tres formas las estamos padeciendo en estos días... Temo que la anterior perorata haya abatido el ánimo de la República. A fin de restaurarlo narraré algunos cuentos de vario humor y sana picardía... Dos ancianitas, Maureen y Claireen, platicaban en el porche de una casa de retiro en Miami Beach. Pregunta Maureen: "¿No te pones nerviosa algunas veces?". Responde Claireen: "Sí. Hay días que me acometen sentimientos de ansiedad". Inquiere Maureen: "¿Qué haces cuando eso te sucede?". Contesta Claireen: "Chupo un salvavidas". Pregunta Maureen: "¿Y quién te lleva a la playa?". (No le entendí)... Llegó la hora de cierre. El cantinero despidió al último parroquiano y cerró luego el local. Apenas lo había hecho cuando escuchó que alguien llamaba a la puerta. La abrió y no vio a nadie. Oyó, sin embargo, una pequeña voz que venía de lo bajo. Volvió la vista al suelo y advirtió con asombro que quien hablaba era un pequeño caracol. "Quiero una copa" -dice el molusco. "Ya está cerrada la cantina -contesta el hombre, que no acertó a hallar otra respuesta. "Quiero una copa" -repite con monótona voz el caracol. "Le digo que ya cerré" -vuelve a decir el cantinero. "Quiero una copa" -renovó su demanda el caracol. No supo ya qué hacer el cantinero. Para quitarse de encima la monserga le propinó al caracol un tremebundo puntapié que lo lanzó al otro extremo de la calle. Pasó un año. Es decir pasaron doce meses, cincuenta y dos semanas, trescientos sesenta y cinco días, ocho mil setecientas sesenta horas, quinientos veinticinco mil seiscientos minutos... (NOTA: Al autor de esta columna le pagan por palabra). Cierta noche el cantinero, que acababa de cerrar la taberna, oyó que alguien llamaba a la puerta. La abrió. Ahí estaba el caracol. Le dice el caracol al cantinero con la voz tenue de quien acaba de concluir una larga caminata: "¿Por qué hiciste eso, amigo? Lo único que te pedí fue una copa"... Un mexicano y su esposa entraron en una farmacia de MacAllen, Texas. "Quiero una aspirina" -pide la señora. El dependiente trae, rodando, una enorme tableta. "Así son de grandes las aspirinas aquí en Texas" -explica. "Necesito una venda para el tobillo" -solicita la señora. El empleado trae una como sábana enrollada. "Así son de grandes las vendas aquí en Texas" -vuelve a decir el tipo. Interviene el esposo de la mujer: "Vieja: el supositorio mejor cómpratelo en México"... FIN.