Capronio, ya se sabe, es un sujeto ruin y desconsiderado. Cierto día alguien llamó a la puerta de su casa. La abrió Capronio y vio ante sí a un hombre de estrafalario aspecto y mirada extraviada, como la que tiene ahora aquél que les platiqué. Con voz gutural dice el sujeto: "Soy el Estrangulador de Boston". Se vuelve Capronio y grita: "¡Vieja! ¡Aquí te hablan!"... Los Sanborns tienen en mí un asiduo parroquiano. Me gusta el café de Sanborns; me gustan sus serviciales meseras, vestidas con un inventado atuendo mexicano que se ha vuelto ya tradicional; me gusta su tienda de departamentos, donde hallas siempre cosas buenas para regalarte o para regalar. Siempre que voy a la Ciudad de México, cuyo corazón está ahora secuestrado, cumplo el devoto rito de ir al Sanborns de Los Azulejos, que esplende en la antigua calle de Plateros como zafiro azul. Pues bien, el otro día fui al Sanborns de mi ciudad en busca de un buen disco, una buena película o un buen libro. Y he aquí que había ahí un cartel con la lista de los diez libros más vendidos en los Sanborns de toda la República. El corazón y el alma se me llenaron de alegría al ver que mi libro "La otra historia de México, Juárez y Maximiliano" ocupa el segundo lugar en esa relación. Parece que mis cuatro lectores ya son más, y desde aquí les agradezco que hayan comprado esa obra mía para sí mismos o como obsequio a algún amigo o familiar. Entiendo que el éxito del libro no se debe a mis cortas habilidades de escritor, sino a la sed que la gente tiene de conocer otra versión de nuestra historia, distinta a la que por muchos años nos contó el régimen establecido. También se debe ese buen suceso a Diana, mi queridísima casa editorial, y a su patriarca, don José Luis Ramírez, que con perspicacia de editor sapiente advirtió en "La otra historia de México" posibilidades que yo mismo me resistía a ver. Gracias les doy a ellos, y le doy gracias a la gente de Sanborns por hacerme sentir -¿lo soy acaso?- un escritor de éxito... Don Canuto Capachangos y su esposa celebraban 50 años de casados. Él la llevó a cenar en restorán de lujo. Al terminar la cena, y luego de tomarse dos o tres copas de coñac, don Canuto le dijo a la señora: "Clorilia: hemos cumplido nuestro jubileo. A estas alturas ya nada nos puede separar. Dime entonces: ¿alguna vez me fuiste infiel?". Doña Clorilia no quería contestar. (Su reticencia ya era confesión). Así, don Canuto insistió premiosamente: "Anda, mujer, no tengas miedo; responde a mi pregunta". "Está bien -cedió la señora-. Puesto que así me acucias te haré una confesión: en estos 50 años te engañé tres veces". Don Canuto, azarado al principio al oír aquello, se sosegó después: "Bueno -razonó en voz alta-, tres veces en medio siglo no es mucho, considerando el promedio general. Pero dime: ¿cómo sucedieron?". "¿Recuerdas -empezó a contar doña Clorilia-, que el gerente del banco no quiso darte aquel crédito que le pedías, y luego te llamó de pronto para decirte que el dinero ya estaba a tu disposición? Eso fue obra mía". "¡Caramba! -exclama Capachangos conmovido-. ¡Aquel crédito fue la base de nuestra fortuna! ¡Antes que disgustarme te agradezco lo que hiciste! Y la segunda vez que me engañaste ¿por qué fue?". ¿Recuerdas -prosigue doña Clorilia- a aquel auditor fiscal que amenazó con llevarte a la cárcel por evasión de impuestos, y que luego dijo que se había equivocado, y hasta se disculpó contigo? También eso fue obra mía". "¡Caray! -se conmueve don Canuto-. ¡Te sacrificaste para salvarme de la prisión y el desprestigio! ¡Gracias, cielo mío! ¿Y la tercera vez?". Dice doña Clorilia: "¿Recuerdas que querías ser presidente del club de golf, y te faltaban 45 votos para lograr la mayoría?"... FIN.