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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Por CATÓN.

Te invito a hacer hoy un sencillo ejercicio matemático. Se trata de que sumes cuatro cifras de dos dígitos cada una. Solamente tú sabrás cuáles son esas cuatro cifras. Yo, sin conocerlas, haré que la suma resultante sea un número que se lea igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. Es decir un número capicúa. ¿Comenzamos? Escribe las últimas dos cifras de tu año de nacimiento. (Obviamente yo no conozco esa fecha). Abajo pon la edad que tendrás el 31 de diciembre de este año. (Tampoco, claro, sé tu edad). Recuerda ahora un acontecimiento memorable de tu vida, sucedido en el siglo que pasó, y pon las dos últimas cifras del año en que sucedió ese hecho. (No sé tampoco, desde luego, cuál es ese acontecimiento importante de tu vida). Finalmente pon los años que han transcurrido desde el año en que acaeció ese suceso hasta el 31 de diciembre de este año. (Si no sé cuál es ese acontecimiento, menos aún puedo saber cuántos años han transcurrido desde que pasó). Bien. Tienes ya cuatro cifras de dos dígitos cada una que sólo tú conoces. Ahora suma esas cifras con cuidado. ¿Terminaste ya la suma? ¿Verdad que el número que resultó se lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda? Espera, no te vayas; no he terminado mi demostración. Ahora haremos juntos un ejercicio de trasmisión del pensamiento a distancia. Voy a tratar de adivinar el número que salió de la suma que hiciste. Pon la mano sobre el papel en que escribiste. Piensa ese número y concéntrate profundamente en él. El número es el 212 ¿no?... ¡Fantástico! dirás al ver que he acertado. Pero en las matemáticas no hay nada fantasioso. Por eso te revelaré ahora mismo el misterio de ésta que parece prodigiosa adivinación. Sean cuales fueren las cantidades que se sumen -en los términos que dije- el resultado será siempre el mismo: 212. Para confirmar eso veamos otro ejemplo, al azar. Supongamos que alguien nació en julio de 1955. Escribimos las últimas dos cifras de ese año: 55. ¿Qué edad tendrá esa persona al final del 2006? Tendrá 51 años de edad. Abajo de 55, pues, escribimos 51. Llevamos dos sumandos. Pensemos ahora en un suceso importante en la vida de esa persona: se casó en mayo de 1984. Bien: escribamos, como tercer sumando, 84. ¿Cuántos años habrán pasado, al terminar el 2006, de ese acontecimiento? Habrán pasado 22. Escribamos como último sumando esa cifra: 22. Hagamos ahora la suma respectiva: 55, más 51, más 84, más 22. Resultado: otra vez 212. Repite por tu cuenta el experimento, usando las propias fechas de tu vida -o cualesquiera otras, en la forma que expliqué-, y fatalmente, indefectiblemente, ineluctablemente, ineludiblemente obtendrás siempre la misma cantidad: 212. Mil veces se puede hacer la suma, y mil veces se obtendrá el mismo resultado. Igual sucede con el cuento de López Obrador y su recuento: así se contara voto por voto y casilla por casilla, el resultado final no alteraría en forma significativa el cómputo hecho por los ciudadanos y confirmado por el IFE. Sin embargo eso ya no le importa a AMLO. Tampoco les importa eso a sus seguidores radicales, que de ser partidarios de un candidato han pasado a ser fanáticos de un caudillo. Perdida la elección buscarán encender la insurrección. Pero cada vez menos gente los acompañará en esa aventura demencial. A pesar de todos sus problemas la sociedad mexicana en su conjunto quiere la paz como medio para seguir buscando la democracia y la justicia. George Orwell escribió: "La libertad empieza cuando todos reconocemos que dos más dos son cuatro". Es decir, cuando todos nos sujetamos al imperio de la razón y nadie pretende imponer su sinrazón a nadie. En México la razón se impondrá al fin sobre los extremismos. Actuemos con mesura, entonces, mientras pasa el tiempo de la violencia y llega el de la racionalidad... FIN.

MIRADOR.

Por Armando FUENTES AGUIRRE

Malbéne acaba de publicar en "Homo viator", la revista de la Universidad Católica de Lieja, un artículo que de seguro causará extrañeza en los círculos de la ortodoxia. El controvertido teólogo revela en ese texto que el mejor amigo de su juventud fue un agnóstico. Y narra:

"Mi amigo no sabía si Dios existe o no. Pero vivía como si creyera en Él. Muchos dicen creer en Dios, pero viven como si no existiera. Pienso que mi amigo está más cerca del Padre que esos falsos creyentes cuyas obras son aun más pobres que su fe...".

Malbéne confiesa estar, como su amigo, en búsqueda constante. "Tengo muchas dudas y pocas certidumbres -dice-. Quizá en el fondo soy agnóstico también. Pero en todo caso soy un agnóstico esperanzado".

Hace unos días el rector de la Universidad le comentó a Malbéne: "Yo soy su mayor crítico". "Será el segundo -respondió con una sonrisa el lovaniense-. El primero lo tiene usted delante".

¡Hasta mañana!..

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