Por CATÓN
El juez le pregunta a la señora: "¿Por qué se quiere divorciar después de 20 años de casada??. Responde ella: "Porque mi esposo no sabe hacer el amor?. El juzgador se asombra: "¿Y hasta ahora se da cuenta??. ?Sí -contesta la mujer-. Es que no había comparado?... Pasó el camión de la basura y salió corriendo doña Jodoncia. Traía una bata vieja y remendaba; calzaba unas pantuflas viejas; llevaba los pelos en desorden y en la cara lucía los restos de una crema de sospechoso color. Al llegar al camión se percató de que los encargados habían tapado ya la cubierta del vehículo. "¿Llego tarde?? -les pregunta-. "No -le responde uno de ellos-. Súbase?... La siguiente perorata está dirigida a los empresarios mexicanos. En una comunidad en conflicto lo que más daño hace es callar. Hubo una vergonzosa época -el echeverriato- en que los empresarios fueron sometidos al insulto, al terror. Muchos incurrieron en el grave pecado del silencio, y aun algunos se avergonzaron de ser lo que eran. Hubo quienes, por temor o interés, se declararon "empresarios nacionalistas? y se unieron a esa campaña en contra del sector al que pertenecían. Para ser fiel a sí mismo quien debe desempeñar a plenitud el papel que ha escogido. El papel del empresario sólo se puede cumplir en la libertad, y esa libertad se da generalmente frente al poder político. Pero también ha de darse frente a aquellos que atentan contra la libertad al violentar en su ejercicio político los derechos de la sociedad civil. La sociedad civil es en última instancia la gente, eso que se llama ?pueblo?, palabra que los demagogos interpretan a su conveniencia. El empresario no ha de ser un ente pasivo; debe denunciar los atentados que se cometen contra la libertad. Si algún mensaje me atreviese a dar yo, que siempre dejo los mensajes a los servicios de mensajería sería, en esta hora difícil para México, que los empresarios -grandes, medianos y pequeños- se hagan parte de las voces que piden a los políticos ambiciosos y violentos que dejen ya que la tranquilidad y el orden vuelvan a privar en la Nación, de tal manera que todos los mexicanos podamos dedicarnos a seguir trabajando en bien de este País... Tres ancianos, amigos de viejos tiempos, se encontraron un día después de muchos años de no verse. "Yo -dice uno muy orgulloso-, tengo 82 años. Hace cinco me casé con una muchacha de 20. ¡Y acabo de ser padre de un robusto bebé que pesó más de 3 kilos!?. "Pues yo -se jacta el segundo, muy ufano también-, tengo 84 años. Hace seis me casé con una chica de 18. ¡Y acaba de hacerme papá de una niña de casi 4 kilos!?. El tercer señor no decía nada. Callaba nada más. "¿Y tú, viejillo? -le preguntan los otros-. ¿No tienes nada qué contar que te haga sentirte tan orgulloso como nosotros??. "Creo que sí -responde el veterano-. Pero mi experiencia es un poco distinta a la de ustedes. Paseaba el otro día por el campo cuando vi salir un conejo de entre los arbustos. Mi instinto de antiguo cazador me hizo llevarme a la cara el bastón, como si fuera un rifle, y hacer como que disparaba sobre el animalillo. Para mi sorpresa el conejito cayó muerto patas para arriba. En eso salió otro conejo del matorral. Otra vez levanté el bastón, hice ¡pum!, y el segundo conejito también cayó muerto. Estaba yo muy asombrado de lo que había pasado, me sentía muy orgulloso de mí mismo. Pero en eso volví la vista hacia atrás y me di cuenta de que dos hombres jóvenes habían disparado sobre los conejitos con rifles de verdad. Con eso, amigos míos, ya no me sentí tan orgulloso?... FIN.
MIRADOR
Por Armando FUENTES AGUIRRE
El escritor Luis Taboada estaba en el lecho de la última agonía. Junto a él estaban su esposa y sus hijos, sus parientes y amigos más cercanos.
Con débil voz Taboada pidió a su hijo mayor que se acercara. Todos guardaron silencio respetuoso: seguramente escucharían la última voluntad del que moría, o sabias palabras de consejo.
-Hijo -habló pausadamente el escritor-. Ve con el cura y pídele que me traiga los santos sacramen-tos. Que traiga de los mejores que haya; dile que son para mí.
En el trance final aquel humorista no perdía su humor, y trataba de poner en la tristeza de los suyos el bálsamo de una sonrisa.
Los cristianos de antes pedían ?una buena muerte?. Quizá la muerte buena sea ésa: la del que sabe que tras la muerte seguirá la vida.
¡Hasta mañana!..