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De Política y Cosas Peores

Catón

Te diré dónde he estado en los últimos días: miércoles 23, Ciudad de México; jueves 24, Querétaro; viernes 25, Monterrey; lunes 28, Tuxtla Gutiérrez; jueves 31, Cancún; viernes primero, Torreón. A todos esos sitios, y a otros muchos, me lleva mi jubiloso oficio de juglar. Uno de los mesteres de la juglaría -la de los tiempos de Berceo- era la comunicación de las noticias. Iba el juglar por todos los caminos; oía decir cosas en plazas y posadas; entraba lo mismo en los palacios de los ricos que en las moradas de los pobres; hablaba con clérigos ilustrados y con humilde gente de la gleba. Sentía, entonces, el sentir del pueblo, y lo comunicaba. En esa calidad, la del juglar que viaja, y mira, y oye, puedo decir que en su inmensa mayoría el pueblo mexicano condena las acciones de López Obrador y de su camarilla. No se equivocan las encuestas publicadas en los últimos días por diversos periódicos de la Capital, según las cuales la generalidad de los mexicanos piensan que en la elección presidencial no hubo fraude, que López Obrador fue derrotado limpiamente en las urnas, y que es reprobable la violencia ejercida por él y por sus mesnaderos. Está a la vista que contra toda razón y toda ley, sin el apoyo del pueblo, sino antes bien contrariando su voluntad, un grupo minoritario pretende derribar las instituciones nacionales y apoderarse por fuerza del País. El movimiento emprendido por López Obrador no es un movimiento popular; es la acción violenta de un grupo de políticos que, habiendo fracasado en un proceso democrático, mandan al diablo las instituciones y echan mano a la fuerza para imponer su dominación a como dé lugar. No estamos aquí en presencia de una revolución popular, sino del intento de asonada de unos cuantos que quieren hacer prevalecer su voluntad por medio de un activismo que golpea en puntos neurálgicos de la vida nacional, pero que es objeto de repudio en toda la República. No es cierto que las instituciones mexicanas estén podridas; es falso que exista un régimen opresivo que coarta las libertades de los mexicanos y estorba la consagración de la justicia. Hemos entrado en un régimen democrático, y unos cuantos quieren echar abajo ese logro para imponer un sistema ya obsoleto fincado en el autoritarismo, en la figura de un caudillo, en ideas y prácticas cuyo fracaso ha sido probado hasta la saciedad. Mientras los mexicanos buscamos en el ejercicio democrático la solución de los problemas que tiene este país, ese grupo pretende acabar con el estado mexicano para crear un estado propio que ya no soltarían, pues para ellos la democracia es ejercicio de burgueses. Quienes eso intentan no tienen el apoyo ni la simpatía del pueblo, de la gente común. Están actuando en contra de la comunidad nacional. No representan al pueblo mexicano. Ni siquiera representan a la izquierda. Representan a un conjunto de grupos violentos, de tribus que se formaron en la corrupción del PRI y han medrado en la corrupción corporativista y clientelar que el PRD ha implantado en el Distrito Federal, corrupción sostenida con dineros públicos. El país no puede quedar en esas manos. Sería dañarlo irremisiblemente, anular el avance democrático que tan penosamente hemos logrado y hacer volver a México a un pasado dictatorial, autoritario. Esperemos la declaratoria final que el Trife entregará. Sea cual fuere su dictamen todos habremos de acatarlo, aun aquellos que han dado al diablo las instituciones, el Trife entre ellas. Quien no respete esa decisión, inatacable ya, atentará contra México, contra el bien de los mexicanos todos, y se pondrá al margen de la ley... FIN.

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