Por CATÓN
Dos ancianitos se encontraron en el parque. Le pregunta uno al otro: "¿Cómo estás?". "Muy mal -responde con acento de quejumbre el otro-. La artritis me atormenta; las reumas me matan; el lumbago no me deja estar...". "Pues yo -declara el otro viejecito-, me siento como bebé recién nacido". "¿De veras?" -se asombra el primero. "Sí -responde el ancianito-. Sin pelo, sin dientes, y me acabo de hacer pipí"... Es explicable el sentimiento de frustración de López Obrador. Daba ya por segura su elección como Presidente de México. Puso a las órdenes de todos su nuevo domicilio -el Palacio Nacional-, y hasta dio a conocer el nombre y posible cargo de quienes serían algunos miembros de su Gabinete. Sus asesores le mostraban encuestas que lo ponían muy por encima de su más cercano opositor. Sin embargo un día se acostó vencedor, y al día siguiente se despertó vencido. Su sueño de gloria y de poder se disipó en la realidad. Por eso ahora la niega, y pretende seguir viviendo en ese sueño. Pero los hechos son muy tercos, y cada vez en mayor medida la realidad se le impondrá. El pueblo no aprueba las desatentadas acciones que ha emprendido; poco a poco quienes aún lo aplauden y vitorean lo irán dejando solo. El País es más fuerte que su empecinamiento; a la gente no le gustan las confrontaciones, y muchos de sus antiguos seguidores ahora lo consideran un extremista radical y se arrepienten de haber creído en él, de haberle dado su sufragio. Será difícil que López Obrador recapacite: está cegado por el despecho, por la desesperación. No puede asimilar lo sucedido. Pero, por el bien verdadero de México, deben recapacitar aquéllos que todavía están con él en su aventura, empresa personalista que al mismo tiempo que se vuelve más erizada se hace más imposible y peligrosa. Ya la gente de Convergencia, con buen tino, dio por terminada su pertenencia a la Coalición, y se deslindó por tanto del ex candidato. Todos los partidos, con excepción del PRD y el PT, reconocieron el fallo del Tribunal. Eso es lo que conforme a la ley, a la ética política y a la razón se debe hacer. Los legisladores que andan firmando papeles en que se comprometen a impedir la toma de posesión del Presidente electo no sólo incurren en supina imprudencia, pues dejan constancia de su compromiso de participación en una acción ilegal: también faltan muy gravemente a la protesta que rindieron al asumir su cargo de representa-ción, y además se colocan a sí mismos en el papel de hipócritas, pues exigen se les respete la calidad que una elección les dio y a la vez se niegan a reconocer la personalidad de quien llegó a la Presidencia en virtud de ese mismo proceso electoral. Actuarán como delincuentes, pero al mismo tiempo cobrarán sus dietas y gozarán su fuero. El pueblo les reprochará ese cinismo y esa desvergüenza: hay cosas que la más elemental decencia y el mínimo sentido de la dignidad no pueden permitir. En fin, veo que ya me estoy encaboronando mucho. Narraré mejor otro cuentecillo y pasaré luego a retirarme... Una señora llegó con su ginecóloga y le dijo: "Doctora: sufro grandes fatigas y congojas cuando hago el amor con mi marido. Sucede que la naturaleza lo dotó en forma descomunal, insólita, y así la intimidad con él resulta un suplicio para mí". Le pide la doctora: "Traiga usted a su marido, a fin de tratar juntos el problema". Al día siguiente regresó la señora con su esposo. El hombre era un chaparrito de aspecto inofensivo. Le ordena la ginecóloga: "Bájese usted el pantalón y el bóxer para revisarlo". Obedece sumisamente el hombrecito. La doctora toma un lápiz y con el extremo del borrador empieza a tilinear la respectiva parte. Le dice a la mujer: "No advierto nada extraordinario en la conformación de su marido". "No, doctora -replica ella-. Usted lo está toreando con el lápiz. Toréelo con las pompas, pa? que vea"... FIN.
MIRADOR
Por Armando FUENTES AGUIRRE
Ugo di Bari es un pintor del cual muy raras veces se oye hablar. Petrarca, sin embargo, lo llamó alguna vez "el pintor de los ángeles; el ángel de los pintores?.
En su diario escribió Di Bari un relato interesante. Cuenta que en cierta ocasión pintó un rostro de Cristo. Por ese tiempo el artista vivía como un asceta, entregado a penitencias y mortificaciones con las que aspiraba a ganar la salvación. El Cristo que pintó le salió hosco, ceñudo, tanto que abandonó la tabla en un rincón de su estudio.
Sucedió, sin embargo, que algún tiempo después Ugo conoció a una mujer. La amó y fue amado por ella. Se desposaron y tuvieron hijos. La casa del artista, antes silenciosa y oscura, se llenó de luz, de risas infantiles. Y dice Ugo que cierto día que limpiaba los rincones halló aquel Cristo que había pintado. El rostro de Jesús se veía transformado. Ahora sonreía, y su semblante era todo de paz y de bondad.
De tal suceso Ugo di Bari derivó una extraña idea. Dice en aquella página: "La felicidad de los hombres en el bien hace feliz a Dios, el sumo bien?.
¡Hasta mañana!..