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Lord Feebledick llegó a su casa tras terminar la cacería de la zorra. Venía de mal humor, pues su perro "Gippytummy" se apartó de la jauría para ir a oliscar a un chucho de granja. El suceso causó la risa de los cazadores, y dejó a lord Feebledick con un humor de perros, si me es permitido el juego de palabras. Todo eso explicará por qué se molestó milord cuando al entrar en su recámara vio que su mujer, lady Loosebloomers, estaba en el lecho conyugal con Wellh Ung, encargado de las perreras. "¿Así educas a los perros, mala pieza?" -bufó lord Feebledick al ver al toroso mancebo. "No, mi lord -respondió el joven-. Esto no tiene nada que ver con el entrenamiento". "¡Y además en horas de trabajo!" -rebufó el dueño de la casa. Replicó el perrero: "Si mi lord tiene a bien consultar su reloj advertirá que ésta es la hora de mi lunch". "Es cierto -confirmó lady Loosebloomers-. Y el muchacho no tenía hambre. ¿Iba yo a dejarlo que anduviera por ahí sin hacer nada?". "Está bien -concedió de mala gana Feebledick-. Pero que sea la última vez que esto sucede. Un perro de mi casa jamás debe ser motivo de irrisión". Así dijo milord, y salió del aposento con aire de ofendida dignidad. Al salir iba pensando que la pérdida de los valores llevaría irremisiblemente a la caída del Imperio. ¿Cómo un perrero descuidaba así su obligación y no entrenaba a sus animales en la debida forma? Pensó en escribir una carta al Times para advertir sobre la inminente ruina de la sociedad, pero supuso que la grima que le había causado el incidente con "Gippytummy" asperearía su estilo, y decidió aguardar a verse con mejor talante. En ésas sigue mientras yo escribo lo que mis cuatro lectores acaban de leer. Ahora bien: ¿a qué narrar los acaeceres en la vida de lord Feebledick? El relato ilustra un pensamiento: con frecuencia olvidamos cosas importantes por cuidar otras de menor trascendencia y entidad. Así milord: se preocupaba de sus perros, y no de la cornucopia que llevaba en la cabeza. Pienso en lo que hoy por hoy sucede en México, y advierto que casi todo está centrado en la política. Se habla de hacer acuerdos y negociaciones entre el futuro Gobierno y los partidos o fracciones parlamentarias. Y eso está bien, pues tales convenciones fortalecen la vida democrática de la Nación. Pero el problema principal de este país no es el de la democracia, sino el de la justicia. Me pregunto si no estaremos negociando en un barco que se hunde. Ha de darse primordial atención a la lucha contra la pobreza, al esfuerzo por hacer mejores las condiciones de vida de los mexicanos pobres. La política será en México ejercicio vano si no tiende a consagrar el supremo valor de la justicia... Con lo dicho -sobre todo en la última frase, lapidaria- creo haber cumplido, al menos por este día, mi labor de orientar a la República. Puedo pasar ahora a temas más ligeros sin sentir reconcomios de conciencia... Un hombre fue a una granja a comprar un borrego semental. Escogió uno y preguntó cuánto pesaba. El granjero sopesa los dídimos, testes o compañones del animal y luego dice sin vacilar: "54 kilos". Suben el borrego a la báscula y, en efecto, eso pesaba exactamente. "¡Qué extraordinaria facultad! -se asombra el comprador-. ¡Saber el peso de un animal por el peso de esa parte!". "También mi hijo tiene la habilidad -declara el granjero con orgullo-. A ver, hijo: dinos cuánto pesa aquel otro borrego". El muchacho sopesa la colgadura del ovino y dictamina: "El borrego pesa 59 kilos". La romana confirmó el preciso cálculo. Se jacta el granjero: "También mi esposa puede hacer lo mismo. Hijo: ve y dile a tu mamá que venga". Fue el muchacho y regresó a poco sin su madre. "En estos momentos no puede venir -le informa a su papá-. Está pesando al cartero"... FIN.

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