Por CATÓN
Aquel sujeto iba conduciendo su automóvil en forma errática. Un oficial de tránsito lo alcanzó en su patrulla y le ordenó que se detuviera. Le presentó un aparato para detectar por el aliento la ingestión de alcohol y le pidió: "Sople aquí". "No puedo, oficial -se disculpó el tipo-. Padezco asma, y si soplo me puede sobrevenir un ataque severo de la enfermedad". "Entiendo -dice el patrullero, comprensivo-. Entonces acompáñeme para que le tomen una muestra de sangre". "Imposible -responde el individuo-. Sufro de hemofilia. La punción de la aguja podría ser fatal". "Ya veo -contesta el oficial-. Pediré que la muestra sea de orina". "Tampoco eso es posible -dice el hombre-. Tengo un padecimiento renal que me impide orinar más de una vez por día, y ya lo hice". "Está bien -concede el oficial-. Entonces baje usted de su automóvil y camine por esa raya blanca". "No puedo" -vuelve a decir el conductor. "¿Por qué?" -pregunta el oficial. Responde el tipo: "Es que ando bien borracho"... ¿Qué es lo que hizo que mi libro "Juárez y Maximiliano: la roca y el ensueño" haya sido el más vendido en Gandhi de la Ciudad de México y en las librerías de Sanborns en toda la República? Eso podrán decirlo mis expertos amigos de Diana y los sabios libreros de esos dos insignes establecimientos. Yo sigo aún atónito, boquiabierto y turulato al verme en calidad de autor de un best seller. Alcanzo a entender, sin embargo, que los lectores quieren conocer "La otra historia de México", o sea una versión distinta a la que se nos enseñó en los programas oficiales de la escuela. Mañana domingo presentaré mi obra en la Feria Internacional del Libro, en Monterrey. Ahí narraré cómo la historia que narro de ese apasionante y dramático período de nuestra historia, el Imperio, tuvo su génesis desde mi niñez, vivida en el seno de un hogar cuyo padre pertenecía a una familia conservadora y cuya madre venía de estirpe liberal. Diré recuerdos de mi infancia, transcurrida por igual en un colegio religioso y en una escuela pública, y contaré las cosas -increíbles ahora- que se vivían en ese tiempo, todavía de discordias. Jamás he dicho en público todo eso, pues toca a vivencias personales intimistas, pero es llegada la ocasión de compartir con mis cuatro lectores esas memorias que vuelven a tener vida, pues el hombre está en el niño igual que el fruto en la semilla. Te espero a ti, que eres uno de mis cuatro lectores, para compartir contigo mis relatos y anécdotas de risa y de nostalgia, para contigo compartir la historia de ese libro y nuestra historia. La cita es mañana domingo en Cintermex, a la una de la tarde. Ahí nos encontraremos, como siempre, en el abrazo y el afecto... Decía Babalucas: "Hay tres clases de personas en este mundo: las que saben contar y las que no"... Le cuenta una señora a su amiga: "El otro día encontré a tu cuñada en una tienda de antigüedades". "¿Ah sí? -pregunta la otra-. ¿A cómo la daban?"... Aquel matrimonio tenía cuatro hijas primorosas, lindísimas, verdaderas bellezas, unas muñecas las cuatro. El señor, sin embargo, anhelaba tener un hijo varón, de modo que le pidió a su esposa que se embarazara otra vez. Ella accedió, y nueve meses después el marido vio cumplida su ilusión; la señora trajo al mundo un robusto varoncito. Robusto, sí, pero feo como macaco, mico, mono, chango, simio o cuadrumano. El esposo se consternó al verlo, y exclamó: "¡El niño está espantoso! ¡Asusta al sólo verlo! ¡No es posible que yo, padre de cuatro niñas hermosísimas, sea también el padre de esta criatura tan horrenda! Dime, mujer: ¿acaso me engañaste?". Responde afligida la señora: "Esta vez no"... FIN.
MIRADOR
Por Armando FUENTES AGUIRRE
El otro día, Terry, al ir por las labores del Potrero estalló a mi paso un revolar de codornices.
Evoqué una mañana como aquella. Tú ibas conmigo, y también esa vez los pajarillos hicieron su sonora fuga. Eras casi un cachorro todavía, por eso te asustó el súbito estrépito de alas. Fuiste hacia mí. Oculto tras mis piernas asomabas la cabecilla inquieta para saber qué había sido aquello. Me reí de tu sobresalto, perro mío. En eso hice mal, pues no debemos reír de los amigos, sino reír con ellos.
Ahora fui yo el que se asustó con el inesperado estruendo. Si hubieras ido tú conmigo no te habrías reído. Me habrías tranquilizado con tu mirada de agua quieta. Pero qué quieres, Terry: ustedes los perros son más humanos que nosotros los hombres. El que no sabe esto es porque no conoce a los perros. O porque no conoce a los hombres.
¡Hasta mañana!..