Por CATÓN
La esposa del granjero recibió en su casa, junto con sus amigas, la visita del señor cura para tomar el té. En eso estaban cuando irrumpe en la habitación Pepito, el hijo de la señora. "-¡Mami! -le dice alegremente-. ¡Acabo de descubrir en qué se distingue el toro de la vaca!?. La señora se ruboriza, el párroco tose, y las demás señoras no ocultan su azoro. "-Está bien, Pepito -le indica apenada la señora-. Luego me lo dices?. "-¡No, no! -insiste el niño-. Te lo voy a decir ahora. ¡El toro tiene una cosa redonda que la vaca no tiene!?. "-Sí, hijito -repite la señora llena de turbación-. Después platicamos de eso?. "-No, ahorita -vuelve a decir Pepito-. Como ya vi esa cosa, les voy a decir en qué se distingue el toro de la vaca?. Se hace un silencio cargado de tensiones. Y entonces informa Pepito triunfalmente: "-¡El toro es el que tiene el anillo en la nariz!?... Los hijos de don Longevio, señor de noventa años, se preocuparon mucho porque pese a su edad el viejito seguía andando con mujeres. Así pues decidieron llevarlo con un médico, pero antes hablaron con el doctor para pedirle que aconsejara al veterano una reducción en la frecuencia de sus actividades amatorias. Al salir de la consulta con el médico le preguntan: "-¿Qué te dijo el doctor, papá??. "-No le entendí muy bien -responde don Longevio-. ¿Cuántas veces a la semana es "uno por bimestre???... En la reciente Feria Internacional del Libro, en Monterrey vi algo que me llenó de optimismo y esperanza: miles de regiomontanos asistieron al evento llevando a sus hijos pequeños. Deseaban infundirles, pienso, el amor por esos objetos prodigiosos y llenos de milagros que los libros son. He urdido una rara teoría. En las bibliotecas públicas se ve siempre este letrero: "Silencio". Pensamos que esa advertencia se dirige a quienes llegan ahí. No hay tal: el letrero es para quienes ahí están. Es decir, para los libros, que inútilmente nos gritan desde los anaqueles que los leamos. Los bibliotecarios, hartos de ese vocerío ensordecedor, imponen silencio a los libros. Cuando un padre o una madre de familia acercan a sus hijos a los libros están abriendo la puerta a una maravilla, pues en los libros aprenderán ellos, por sí solos, lo que ninguna universidad del mundo podría enseñarles. Ese acercamiento debe ser amoroso: no una imposición -tal es la mejor manera de conseguir que alguien se aparte de los libros-, sino una suave inclinación a que los niños busquen en el libro algo que encienda su imaginación, le abra las ventanas del mundo y le muestre nuevos horizontes. "Somos lo que comemos", dicen los nutriólogos. Eso, que se refiere al cuerpo, puede completarse diciendo en relación con el espíritu: "Somos lo que leemos". Recuerdo una frase de Vicente Espinel, español del glorioso Siglo de Oro: "Los libros hacen libre a quien los quiere bien". Leamos. Es decir, seamos... Suena el teléfono del café de chinos en el muelle y contesta Coo-Lon, su robusto propietario. "-¿Estoy hablando al malecón?? -pregunta una voz-. "-¡Malecón tu abuelo! -se enfurece el chino-. ¡Estás hablando con Coo-Lon, que sel más homble que tú!?... La señora fue a una fiesta. Como no llevaba bolso, y en virtud de que su vestido carecía de bolsas, se le ocurrió ponerse las dos llaves que traía, la de su casa y la del auto, dentro del escote del vestido. Ya para despedirse, algo achispada por los jaiboles, quiere sacar las llaves. Una la encuentra pronto, pero la otra no. Ante el asombro de los invitados comienza a hurgar desesperadamente dentro del escote, y luego dice consternada: "-¡Qué raro! ¡Estoy segura de que cuando llegué traía las dos!? FIN.
MIRADOR
Por Armando FUENTES AGUIRRE
Tienen treinta años de casados. O cuarenta. O cincuenta.
Y todavía se toman de la mano cuando caminan por el parque o van al cine.
Empezaron a platicar de novios, y es fecha que no acaban. Hablan de los hijos y de los nietos, pero hablan también de sus recuerdos: del día en que se conocieron, de sus primeros tiempos de casados, de los sueños que no se realizaron y de las realidades que fueron como un sueño. Con la misma serenidad evocan felicidad y sufrimiento, pues aprendieron que de las dos materias se hace la existencia.
Los poetas han sublimado el amor a primera vista, pero nadie se ocupa del amor que vive hasta la última mirada después de muchos años de verse cada día. Y merece un poema ese amor suave que ni siquiera necesita ya de palabras para manifestarse. Hay mucha poesía en el amor que venció al tiempo y quedó firme, humildemente victorioso, tras todas las tormentas de la vida.
¡Hasta mañana!..