En medio de la maldad humana -extraña purulencia en el alma de una criatura con vocación de bien- surgen espléndidos ejemplares de la especie que nos restituyen la fe en el hombre y nos regalan el don de la esperanza. Diré los nombres de dos de esos seres humanos plenamente humanos. El primero es una mujer. Se llama Mary Robinson; fue presidenta de Irlanda en los años noventas, y acaba de ganar el Premio Príncipe de Asturias en la especialidad de Ciencias Sociales. Al recibir ese importante galardón la señora Robinson recordó a los inmigrantes de todo el mundo. "Se nos incita a temerles -dijo-, pero aunque pertenezcan a una cultura distinta de la nuestra contribuyen a nuestra economía y al diseño de nuestras sociedades". Manifestó que hay más de 200 millones de inmigrantes en el planeta, equivalentes a la población del quinto país con mayor número de habitantes, y precisó que la cuarta parte de ellos son "indocumentados casi siempre desprovistos de esas garantías y protecciones que consideramos derechos fundamentales". El otro ser humano verdaderamente humano es Nick Inzunza, alcalde de National City, una comunidad al sur de California. Inzunza ha hecho de su ciudad un "santuario" donde los inmigrantes puedan hallar ayuda y protección. Advirtió: "Ningún caza-migrantes tiene derecho a entrar aquí". Su actitud parece quijotesca, y choca con las legislaciones y las fobias contra los indocumentados, especialmente mexicanos, pero la acción de Inzunza debe inscribirse en lo mejor de la práctica del cristianismo y de los valores que hicieron de los Estados Unidos una gran nación. En mi ciudad hay dos personas que dan amparo a los migrantes y denuncian las injusticias y acosos de que son objeto. Son el obispo Raúl Vera y el presbítero Pedro Pantoja. En la "Casa del Buen Samaritano" los migrantes que pasan por Saltillo rumbo al país del norte, tienen donde descansar antes de continuar su viaje, tan lleno de fatigas, y ahí reciben comprensión y apoyo. Tareas como ésta son tareas de bien. Por ellas se fortalece nuestra certidumbre de que no todo en el mundo pertenece a la maldad... Viene ahora un cuento que doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam, interina, de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, calificó rudamente con estos adjetivos: "Deshonesto, impúdico, desvergonzado, liviano, indecoroso y ruin". Las personas que no gusten de leer cuentos deshonestos, impúdicos, etcétera, pueden saltarse hasta donde dice FIN... Murió doña Macalota, y llegó al Cielo. San Pedro, el custodio de las llaves del Reino, empezó a anotar sus datos en el libro de registro. En eso doña Macalota escuchó un espantoso grito de dolor que provenía del interior de la morada celestial. "¿Qué fue eso?" -preguntó con inquietud. "Es la mujer que llegó antes que tú -dice San Pedro-. Grita porque le están taladrando dos agujeros en la espalda para ponerle las alas". En ese momento se oyó otro crispante ululato. "Y ahora -se asusta doña Macalota- ¿qué fue eso?". "Es el hombre que llegó antes que ustedes -responde el portero celestial-. Grita porque le están taladrando la cabeza para ponerle la aureola". Entonces dice doña Macalota con decidido acento: "No quiero estar aquí. Prefiero ir al infierno". "¿Sabes lo que estás diciendo? -le pregunta San Pedro-. En el infierno te van a violar, te van a sodomizar". "Quizá -acepta doña Macalota-. Pero para eso ya tengo lo necesario, y no tendrán que taladrarme"... FIN.