Una de las notas principales del Estado es su soberanía. Lejos de ser una entelequia, una pura abstracción, en la soberanía radica la esencia del Estado. Algunos hacen derivar esa palabra, soberanía, de los vocablos latinos super omnia, que significan "sobre todas las cosas". Esto significa que no hay ningún poder, ni interno ni externo, superior al del Estado. Por virtud de la soberanía países tan pequeños, y tan desconocidos como Nauru tienen la misma calidad en el trato entre naciones que las más grandes potencias del planeta, digamos los Estados Unidos o Saltillo. Por eso el Estado mexicano, dentro de su territorio, tiene dominio sobre sociedades numéricamente mayores -la Iglesia Católica, por ejemplo- o económicamente más poderosas, como las grandes corporaciones industriales extendidas por el mundo. Es inconcebible, por lo tanto, que haya otro Estado dentro del Estado. Todos los grupos que existen en un país están supeditados al poder estatal, pues de eso depende la supervivencia de la sociedad. Por eso resulta aberrante lo que ha estado ocurriendo en Oaxaca. Ahí la ya tristemente célebre APPO se apoderó de la ciudad capital, y la retuvo como botín o rehén. No se trata de una lucha popular contra la opresión o la injusticia, sino de una asonada con oscuros móviles políticos que impone su violencia sobre la población y la mantiene en el temor y la inseguridad. Decir esto no significa, desde luego, ponerse del lado del inepto gobernador Ruiz, que ha dado sobradas muestras de incapacidad política. Significa, sí, salir por los fueros de la legalidad y de la paz. La APPO es un grupo violento; la sola imagen de sus cabecillas; sus palabras soberbias, prepotentes; sus acciones de linchamiento e intimidación bastan para inspirar miedo a cualquiera. De la violencia no derivan nunca buenos frutos. Por eso llama la atención que haya quienes con dos dedos de frente -al menos en apariencia- condonen y justifiquen la contumaz barbarie de esa gente que tanto daño ha hecho a Oaxaca y a México. El orden debe regresar a la ciudad, y una vez vueltas las cosas a la normalidad ha de considerarse si ese gobernador que no gobierna debe continuar en el cargo que no ha sabido desempeñar para bien de su comunidad. Antes que todo y sobre todo debe mirarse al bien de Oaxaca y de los oaxaqueños. Y ese bien requiere, como principal ingrediente, el don valioso de la paz... ¡Bravo, columnista! ¡Inspirado este día has estado, sobre todo en la parte en que aludiste a los Estados Unidos y Saltillo! Tus palabras merecen ser inscritas aunque sea en zoquete. (¿Por qué el Diccionario de la Academia no ha recogido todavía la acepción mexicana de "zoquete", que significa lodo, del náhuatl zoquitl, cieno, barro?). Ya que has cumplido tu deber de orientar a la República dirige ahora tus pasos a campos más amenos, y narra algún chascarrillo que nos aligere el ánimo. Por ejemplo, el de los tres empresarios de éxito que estaban conversando. Le preguntan a uno: "¿Quién contribuyó más a tu éxito: tu esposa o tu amante?". "Mi esposa, desde luego -responde el exitoso ejecutivo-. Sus consejos me han ayudado siempre". Dice el segundo: "Yo atribuyo mi buena fortuna a mi amante. Ella ha sido mi inspiración para buscar metas más altas". Le preguntan al tercero: "Y tú ¿a quién atribuyes tu triunfo en el mundo de los negocios? ¿A tu esposa o a tu amante?". "A las dos por igual" -responde el interrogado. "¿Cómo es eso?" -se extrañan los otros. "Sí -explica el gran empresario-. Mi esposa creía siempre que yo estaba con mi amante. Mi amante siempre creía que estaba con mi esposa. Y mientras yo podía estar en mi oficina dándole duro a la chamba"... FIN.