El juez le dice al reo: "Se le acusa de haber dado muerte a su esposa golpeándola con un martillo". El criminal no responde nada. De atrás de la sala surge una airada voz de hombre: "¡Maldito!". Ante el silencio del culpado prosigue el juzgador: "Se le acusa también de haber asesinado a su suegra con el mismo martillo". Calla el delincuente, y desde el fondo de la sala se oye otra vez la exclamación de ira: "¡Miserable!". El juez se dirige al que gritaba. "Señor: entiendo su justificado enojo ante los crímenes de este hombre. Me permito recordarle, sin embargo, que estamos en una sala de justicia. Le ruego contener sus expresiones". "Perdone su señoría -contesta el individuo-. Es que desde hace 20 años soy vecino de este canalla, y cada vez que le pedía un martillo me contestaba que no tenía"... El padre de Dulcilí, muchacha ingenua, le pregunta al galán que la adamaba: "Dígame usted, joven: sus intenciones con respecto a mi hija ¿son buenas o son malas?". Responde con interés el galancete: "¡Ah! ¿Qué puedo escoger?". A mí me divierten mucho los esfuerzos de quienes todavía se empeñan en proscribir el Halloween por considerarlo uso extranjero. Si ese mismo cartabón se aplicara a otras cosas, por ejemplo la Coca-Cola y la hamburguesa, también se prohibirían, y quedaríamos ceñidos a beber agua de chía y a comer tamales. Se dice que el Halloween es algo satánico, demoníaco, diabólico; inspiración de Lucifer, Belial, Luzbel, Satanás o Belcebú. En mi opinión la tal celebración es algo inocuo, y más de oscuro hay en la inquina que algunos ponen para tratar de suprimir ese uso que en la inocente práctica de adornar las casas con motivos alusivos a la fecha, y de que los niños se disfracen y pidan golosinas. Por lo que hace al norte mexicano la costumbre de poner altares de muertos es tan ajena a los usos locales como el Halloween, y sólo se adoptó recientemente porque el sistema federal de educación empezó a promover en las escuelas tales túmulos, propios de algunas regiones del sur de la República, pero no de todo México. Si eso se hizo para frenar el Halloween, tal cosa me recuerda el empeño que en nombre de lo mexicano puso Plutarco Elías Calles para hacer que los padres de familia dijeran a sus hijos que los regalos de Navidad se los traía Quetzalcóatl, y no los Reyes Magos o Santa Claus. Como el galancete del cuentecillo que narré al principio, también nosotros podemos escoger entre aquellas dos costumbres, la del altar de muertos y la del Halloween, o disfrutarlas ambas, que nada pasará en el mundo si le damos un pirulí al niño disfrazado de diablillo o a la niñita que se vistió de bruja, y tampoco pasará nada si le hacemos un altar de muertos a doña Fulana o don Mengano. Más pluralismo, por favor, y menos intolerancia... Una joven mujer de 30 años casó con un señor de 80. Ella pensó, considerando la edad de su senil marido, que en la noche de bodas sería conveniente dormir en cuartos separados. Se sorprendió, por tanto, cuando el vetusto señor llamó a su puerta. Entró, le hizo el amor en forma apasionada y luego volvió a su habitación. La joven desposada, satisfecha, estaba apenas conciliando el sueño cuando otra vez se oyeron golpecitos en la puerta. Era de nueva cuenta el añoso galán. Con la misma intensidad de la pasada vez volvió a hacerle el amor a la gratamente sorprendida novia, y luego regresó a su cuarto. Apagó la luz la bien servida joven, y ya se disponía a dormir cuando de nuevo sonaron toques en la puerta. ¡Era otra vez el octogenario! Llevó a la muchacha a la cama y por tercera ocasión le hizo el amor. Ella, al mismo tiempo encantada y con asombro, le dice llena de admiración: "¡Jamás habría pensado que a tu edad podías hacer el amor tres veces seguidas!". Replica él, desconcertado: "¡Ah! ¿Qué ya estuve antes aquí?"... FIN.