?Permítame presentarme, señorita. Soy Celerino Pitoncio, también llamado ?El Rápido?. Mucho gusto, señora?... Una amiga le preguntó a la esposa de don Languidio: ?¿Qué tal la vida sexual con tu marido??. Responde ella: ?Estamos en tratamiento?. Inquiere la amiga: ?¿En qué consiste el tratamiento??. Suspira la señora: ?Él trata y yo miento?... En el fondo -y también quizá en la superficie- soy un cómico de la legua. Oficio noble es ése, deleitoso y con linaje ilustre: lo profesó Gonzalo de Berceo. Si por mí fuera yo andaría de pueblo en pueblo en un teatro de carpa, como el Tayita legendario, presentándome cada noche en una alta comedia y, como fin de fiesta, en un sainete de risa loca. De joven, cuando por no tener nada podía tener todo, cumplí esa íntima vocación. Fui actor itinerante, y subí al palco escénico innumerables veces. Pero no poseía yo la espléndida locura -don de Dios- que se requiere para perseverar en esa vía dolorosa y deleitosa donde más ayunos hay que hartazgos, y yo mismo bajé el telón de mi carrera teatral, que nunca pasó de pobre trotecillo. Dejé el mundo del teatro para entrar en el teatro del mundo. Pero todavía cuando voy a una función siento en el estómago el estremecimiento que se siente tras bambalinas cuando el traspunte anuncia: ?Tercera llamada, tercera. Principiamos?. Hay menesteres, sin embargo, que no se olvidan nunca después de practicados, y que reviven a la menor provocación. El nombre de casi todos ellos empieza con la letra pe: el oficio de las cuatro letras, desde luego, y luego el del político, el del periodista, el del poeta... Y el del payaso, claro, que es otro de los claros nombres que recibe el mester de juglaría. Pues bien: durante el pasado mes de octubre volví a vivir la jubilosa vida del juglar. He aquí que recorrí Coahuila, mi estado natal, a todo lo largo, de norte a sur. Di 15 conferencias en diez días dentro del Festival Artístico de Octubre organizado por el Instituto Coahuilense de Cultura. Estuve lo mismo en ciudades grandes que en pequeños lugares de nombres peregrinos, como San José del Aura; fui a ejidos, congregaciones, villas, y en todas partes fui ungido con el óleo de la bondad humana. La gente me colmó de regalos: sabrosísimos dulces, variados frutos de la tierra; artesanías; libros y discos de autores de la localidad. En Monclova un señor -Dios se lo premie- me regaló un bastón. Mi golosa gula gozó todas las galas de la cocina regional: cada comida -y cada desayuno y cada cena- fue un banquete. Me llené los ojos con la fata morgana del desierto, y el alma se me llenó con el afecto que me mostraron mis paisanos coahuilenses. A ellos les doy las gracias, lo mismo que a Miguel Gaona y Mario Cisneros, compañeros de viaje en el periplo. Sobre todo, le agradezco este regalo de vida a mi tocayo Armando Javier Guerra, amigo mío desde los años en que no contábamos los años. Él me invitó a participar en el festival, cuyos frutos llegaron por vez primera a todos los municipios de Coahuila. Tal fue la idea, bien cumplida, del gobernador del Estado, profesor Humberto Moreira Valdés, quien por ser maestro sabe de cosas de cultura y arte. Ya estoy apalabrado desde ahora para ir el próximo año, si Dios quiere, a los municipios del estado donde aún no he estado. Ningún privilegio tienen ellos que los exima de escucharme... En el súper el señor se dirige al encargado: ?Estas uvas son para mi esposa. ¿Fueron rociadas con alguna sustancia tóxica??. ?No, señor -responde el individuo-. Tendrá que rociarlas usted mismo?... Le dice un tipo a otro: ?Me molesta que mi mujer fume mientras hacemos el amor?. Comenta el otro: ?Hay quienes encuentran eso muy sensual?. ?Sí -concede el tipo-. Pero ella me pone el cenicero en las pompas?... FIN.