En lunes, dice un viejo proverbio, ni las gallinas ponen. El lunes, en efecto, una especie de murria nos posee. Laso el cuerpo, el alma decaída, somos como una acémila agotada que tras haberse detenido a reposar toma de nuevo el paso, cansina y desganada. Nos parecemos al burócrata que estaba en su oficina. Era lunes, y el reloj marcaba las 10 de la mañana. Lo ve el burócrata y exclama. "¡Carajo, qué larga se me ha hecho la semana!". Si los días tuvieran colores el del lunes sería un gris opaco. Al menos yo no siento ese entusiasmo que prescriben los motivadores para empezar una semana nueva. Arrastro la nostalgia del sábado y domingo, y echo otra vez a caminar con refunfuños. Al decir eso quiero significar que soy como todos los humanos. Y aun me atrevo a pensar que si Dios Padre, tras descansar el día séptimo, hubiera tenido que hacer una segunda creación, la habría empezado de mal humor, con arrepentimiento por haber creado el lunes. En fin, el don de vivir es don tan grande que hasta los lunes se pueden perdonar. Cada día, en efecto, es un regalo. El lunes también se debe agradecer, aunque sea un presente más pesado. Lo que haré es no hablar hoy de política, para no añadir otra pesantez a la del día. Sólo diré que veo el caos y desorden que por su falta de lo que el pastel ha de llevar está dejando Fox, y pienso que tras haber tenido un sexenio de botas quizá otro gallo nos cantará si por lo menos el primer año de Calderón es de pantalones... Aquel agente viajero iba por un camino rural cuando se le descompuso su vehículo. La noche era oscura; llovía torrencialmente. A lo lejos vio una lucecita. Caminó hacia ella y llegó a la casa de un granjero. Llamó a la puerta, salió el dueño de la casa, y el viajante le preguntó si podía pasar ahí la noche. "Desde luego que sí -dice el granjero, que era un hombre de color, rudo, musculoso, de estatura descomunal-. Pero debo hacerle una advertencia: no tengo hija ni esposa. Tendrá usted que compartir la cama conmigo". Al oír aquello el agente viajero vuelve la vista hacia mis cuatro lectores y les dice con inquietud y azoro: "Caramba, amigos, creo que me metí en el chiste equivocado"... Le preguntaron a Capronio: "¿Tú hablas con tu mujer después de hacer el amor?". Responde el vil sujeto: "Claro que sí, cuando hay un teléfono cerca"... Babalucas era mesero. Un cliente le pidió una copa de vino de la casa. "Tardaré algo en traérsela, señor -le dice el badulaque-. Mi casa queda un poco lejos"... El señor llegó a su domicilio y encontró a su mujer bañada en lágrimas. "¡El hombre de la farmacia me insultó!" -se queja entre hipidos y sollozos. Furioso, el marido va con el farmacéutico y le exige una explicación. "Señor -le dice el de la farmacia-. Permítame usted contarle los antecedentes y darle mi versión del caso. Hoy es lunes. Amanecí crudo. Tuve una discusión con mi mujer, y ella se negó a hacerme el desayuno. El agua de la ducha estaba fría. Cuando salí encontré que el coche tenía una llanta baja. Se la cambié. En el camino se me acabó la gasolina, y debí empujar el automóvil cuatro kilómetros para llegar a una gasolinera. En la farmacia me estaba esperando un inspector de Hacienda que me entregó una notificación de auditoría. La cafetera estaba descompuesta. Después el contador vino a informarme que la cajera cometió un desfalco. En seguida recibí una llamada telefónica del banco: mi cuenta está sobregirada por causa del excesivo gasto en las tarjetas de mi mujer y de mis hijos. En eso llegó la esposa de usted, compró un termómetro rectal y me preguntó cómo debía usarlo. Yo, señor, lo único que hice fue decírselo"... FIN.