La villa de General Cepeda, en mi natal Coahuila, es un hermoso sitio. Ahí vivió mi madre su niñez y primera juventud. Don José María Aguirre, mi señor abuelo, y mi mamá grande doña Liberata criaron ahí a sus nueve hijos entre los sobresaltos de la Revolución. Tenemos recuerdos de familia. Mi tío Rubén, niño, jugaba un día a las canicas con sus amiguitos en la plazuela del lugar cuando oyeron galope de caballos y estrépito de fusilería: entraban los federales en el pueblo. Corrieron todos los chiquillos, menos el más pequeño, mi tío Rubén, que se quedó para juntar sus canicas y las que dejaron sus compañeritos. Sintió de pronto en la pierna "algo calientito". Cuando llegó a su casa el pie le chacualeaba en el zapato lleno de sangre: una bala le había atravesado limpiamente el chamorro, sin tocar el hueso. Lo curó su mamá pasándole de un lado a otro un pañuelo mojado en alcohol y luego echándole en la herida un chorro de petróleo. (El tío Rubén, que seguramente de Dios goza porque Dios gozó siempre de su alegría y su bondad, fue padre de mi primo Rubén Aguirre, todo genio e ingenio él, y todo corazón, conocido por doquier y en todas partes como el Profesor Jirafales de la famosísima serie de televisión). En General Cepeda vivió también mi tía Hortensia Dávila, bella mujer simpática y amable. Era enfermera municipal, y recibió el encargo de hacer un censo de las enfermedades comunes en el pueblo. Llamó a una puerta y salió un individuo con el rostro picado de viruela. "¿Enfermedades que ha padecido?" -le preguntó mi tía. "Ninguna" -replicó el sujeto. "¿Ninguna?" -volvió a preguntar ella clavándole una mirada inquisitiva. "Ninguna" -repitió el tipo, desafiante. No dijo más mi tía. Escribió en el renglón correspondiente: "Cacarizo de nacimiento". Don Pedro Agüero Originales fue también nativo de General Cepeda. Herrero de oficio, hacía unos machetes capaces de cortar un cabello en el aire. Le decía alguien: "Cualquier machete bueno puede cortar un cabello en el aire". Y respondía don Pedro: "¿A lo largo?". Don Pedro Agüero luchó contra el francés. Al triunfo de la República, su jefe, don Victoriano Cepeda, le preguntó qué pago quería por los servicios importantes que prestó a la causa, pues se usaba recompensar a los jefes con tierras o cargos de poder. Él dijo que lo único que pedía era conocer a don Benito Juárez. El general Cepeda se resistía a hacer la presentación, porque don Pedro era hombre de trato llano y de vocabulario agreste. Recelaba don Victoriano que ante el presidente Juárez tuviera el coronel Agüero una de sus acostumbradas expansiones. Pero fueron tan vivas las instancias del antiguo herrero que finalmente lo condujo a la presencia de don Benito. Eran fundados los temores del general: cuando don Pedro estuvo frente al Benemérito lo abrazó lleno de gozo y lo levantó en vilo al tiempo que decía con entusiasmo: "¡Ah qué indio ca... tan chulo! ¡De éstos ya no paren las yeguas!". Yo quiero mucho a Patos, que tal es el nombre original de la villa de General Cepeda. Ahí nació la sanguinosa leyenda del Marqués de Aguayo. Ahí se baila todavía el jarabe pateño, usado por Walt Disney en su película "Los tres caballeros". Ahí florecían aquellas violetas que perfumaban toda la comarca, tanto que su aroma se percibía desde kilómetros antes de llegar al caserío. Convocados por Amílcar Blanco, gran acuarelista que ama entrañablemente a su solar natío, y bajo el lema "Todos por General Cepeda", un grupo de pateños se reunirán hoy a fin de seguir trabajando para hacer que las bellezas de la villa sean por todos conocidas. De la mano de mi madre yo volveré siempre a ese sitio de encanto y tradiciones, y daré lo poco que pueda dar en bien de Patos, que tanto bien hizo a los míos... FIN.