Doña Frigidia, ya se sabe, es la mujer más fría del planeta. En cierta ocasión fue al cine a ver la película "Los últimos días de Pompeya" (1959, con Steve Reeves y Christine Kaufmann, dirección de Mario Bonnard), y su presencia en la sala cinematográfica fue suficiente para que se congelara la lava del Vesubio, con lo cual la gran escena de la erupción no pudo ya llevarse a cabo, y se libró Pompeya de la destrucción. Pues bien: don Frustracio, el resignado esposo de doña Frigidia, les contó a sus amigos en el bar: "Anoche hice el amor con mi señora, y en el curso del acto ella mostró cierto interés". Le pregunta uno: "¿Cómo te diste cuenta de eso?". Responde don Frustracio: "Porque dejó caer la lima con la que estaba arreglándose las uñas"... Pepito tenía 5 años, y era vecino de Rosilita, una niña de la misma edad. Un día Pepito le comentó muy enojado a Juanito, su mejor amigo: "Rosilita me engañó". "¿Por qué lo dices?" -pregunta el chiquillo. Responde Pepito: "Me dijo que si yo le enseñaba lo mío ella me enseñaría lo suyo. Y yo le enseñé lo mío, pero resultó que ella no tenía"... En el cementerio un hombre gemía desesperadamente abrazado a una lápida mortuoria. Clamaba entre sollozos desgarrados: "¿Por qué se te acabó la vida? ¿Por qué tuviste que morir? ". Alguien que pasaba observó la patética escena, y lleno de emoción se dirigió al señor. Le preguntó con terneza: "Perdone usted, doliente caballero, si interrumpo con mi importunidad su lamentosa endecha. ¿A quién llora en este triste modo, con pungitivo acento? ¿A su difunto padre? ¿A un hijo amado? ¿A un dilecto hermano desaparecido?". Entre hipidos responde el lacerado: "Ni siquiera conocí al hombre que yace en esta tumba, pero con todas las fuerzas de mi corazón lamento su temprana muerte. Era el primer marido de mi esposa"... Por ningún motivo debemos volver a los oscuros tiempos en que había presos políticos. Los detenidos con motivo de los sucesos de Oaxaca deben ser comprobados delincuentes, de modo tal que nadie sufra cárcel por otros motivos que no sean los de haber violado la ley. Recuerdo el cuento de aquel explorador que, de viaje por el Tibet, se topó de pronto con una criatura fea y peluda. "¡Cáspita! -exclamó el explorador, que en su niñez había leído novelas de Salgari-. ¡El Abominable Hombre de las Nieves!". Responde la criatura con voz ácida: "¡Ay sí! ?Abominable?. ¿Y a poco tú eres Robert Redford?". Podría yo decir que Flavio Sosa tiene aspecto de cavernario o troglodita, pero me arriesgaría a que alguien, con razón, me dijera aquello mismo: "¿Y a poco tú eres Robert Redford?". El aspecto de una persona puede influir sobre el juicio que de ella se formen los demás, pero ante la ley no importa nada, como tampoco debe importar su ideología o afiliación política. A mí no me gustaría toparme con el señor Sosa en un oscuro callejón, pero tampoco me gustaría que consideraciones de política influyeran sobre el proceso penal que se ha incoado en relación con los actos de violencia y vandalismo en que participó. El nuevo régimen debe aplicar la ley con rectitud, pero también con la serena imparcialidad que la justicia ha de tener para no hacer distingo de personas... El vecino de Babalucas lo amonesta: "Deberías poner cortinas en la ventana de tu alcoba. Todas las noches mi esposa y yo podemos verlos cuando hacen el amor". Replica Babalucas con enojo: "No es cierto eso que dices". "¿Cómo que no es cierto? -se molesta el vecino-. ¿Acaso me estás llamando mentiroso? Nada menos ayer, a eso de las 9 de la noche, vimos cómo ella se subía apasionadamente sobre ti". Replica con voz de triunfo Babalucas: "¿Ya ves que no es cierto eso que dices? ¡Ayer a las 9 de la noche ni siquiera estaba yo en mi casa!"... FIN.