"Lo principal en la vida es el dinero. La salud va y viene". Esa cínica frase era el lema de don Crésido, rico señor el de más grande fortuna en la ciudad. También solía decir: "El dinero no compra la felicidad, pero te permite alquilar algunos buenos ratos de ella". Se había mantenido soltero este señor, y eso le daba cierto grado de ventura. Una vez, sin embargo, don Crésido conoció a una muchacha, y le gustó. Preguntole ella: "¿Cuánto... Perdón: ¿cómo te llamas?". Él se lo dijo, y la mujer se apoderó del nombre. Quiero decir que arrastró a don Crésido hacia el matrimonio. Le puso "la tierna trampa" que cantó Sinatra. Aquello fue desgracia para el dineroso caballero, pues no es lo mismo caer en los brazos de una mujer que en sus manos. Poco tiempo necesitó la ávida fémina para agotarle su caudal, y luego lo dejó como se deja un trapo viejo. Don Crésido se convirtió en la sombra de sí mismo. Los amigos le volvieron la espalda: en tiempo de higos abundan los amigos de los higos, pero cuando no hay higos no hay amigos. El infeliz tomó entonces una fatal determinación. ¿Suicidarse? No. Trabajar. Al principio aquello lo violentó bastante. La falta de costumbre, ustedes saben. Empezó vendiendo plumas atómicas a los automovilistas. Dos años después era millonario. Sucedió que con el producto de las ventas de esos dos años compró un billete de la lotería y ganó el premio principal. ¡He ahí los frutos del trabajo honrado! Entonces don Crésido pudo iniciar un negocio realmente lucrativo: fundó un partido político. Entre la gente pobre consiguió las firmas necesarias -no son muchas- para crear una organización reconocida por la autoridad. Ahora el hombre disfruta de un ingreso anual considerable. Traba alianzas con los partidos grandes a fin de hacer acto de presencia en las elecciones y conservar intacto su registro. Ya no es "don Crésido": se convirtió en "el compañero Crésido". Sale en las páginas de los periódicos; lo entrevistan en la televisión. Tiene bajo su mando tres o cuatro diputados y un par de senadores. Desayuna, come y cena con otros políticos de su misma ralea. Cuando los entrevistadores le preguntan qué hace, responde con solemnidad: "Trabajo por el bien de México". Y está empezando a creérselo. Una vez se topó con la mujer que lo dejó en la calle. Le dio un sincero abrazo y en vivos términos le agradeció haberlo puesto ahí, en la calle, donde tantas oportunidades de hacer fortuna se pueden encontrar. Ésta es a grandes rasgos la historia de don Crésido. Su vida prueba la verdad de aquella frase que alguien dijo, también cínica frase: "Cada mexicano tiene la mano metida en el bolsillo de otro mexicano, y ay de aquél que rompa esa cadena"... El padre Arsilio necesitaba un poco de dinero -mil pesos nada más- para pintar la iglesia. Al terminar la misa del domingo dijo a sus feligreses: "Entre ustedes hay un sancho". (A mis cuatro lectores de otros países de habla hispana les diré que en México un "sancho" es el amante de la esposa ajena, a quien visita en el domicilio conyugal cuando no está el marido. Al sancho se le llama también "el pendiente". Un mexicano se preocupa si su mujer le dice: "Avísame a qué horas vas a llegar hoy en la noche, para no estar con el pendiente"). "Hay un sancho entre ustedes -dijo a sus parroquianos don Arsilio-. Si en el curso de la semana no deja mil pesos de limosna ante la imagen de San Pedro Mártir, diré su nombre en la misa del próximo domingo". Llegó el domingo, y al acabar la misa el buen sacerdote anunció a los presentes: "Les tengo dos noticias: una buena y una mala. La buena es que recibí dinero no sólo para pintar la iglesia, sino para repararla toda y aun para construir otros dos templos tamaño basílica o santuario. La mala es que este pueblo está lleno de maridos cornudos y de esposas pirujas"... FIN.