Los medios de comunicación, escritos y electrónicos, han dado ya difusión a las reuniones que están llevando a cabo el órgano directivo del Instituto Federal Electoral y los representantes de partidos y candidatos presidenciales, en el afán de organizar oportuna y adecuadamente el o los debates que protagonizarán los aspirantes al cargo más elevado de representación política para que den a conocer ante la opinión pública, específicamente a los electores, su propuesta de Gobierno y la postura que asumirían frente a las grandes cuestiones nacionales, en caso de resultar favorecidos por el voto popular.
Esta es una magnífica y excelente oportunidad que los diseñadores de la logística del evento y sus propios protagonistas, deben aprovechar para llevar al escenario político de la República el planteamiento de los problemas que enfrenta una población escéptica y desconfiada y la alternativa de solución que ofrecen para sacar al país de la encrucijada en que se encuentra; porque hasta ahora, digámoslo con franqueza, lo que ha prevalecido en las incipientes e insípidas campañas políticas son el ataque y la descalificación del contrario, en vez de una propuesta clara, concreta y susceptible de eficacia sobre temas que preocupan a los mexicanos, actitud que refleja una incontrolable ambición de alcanzar poder por el poder.
Papel de relevante importancia en el formato y desarrollo de estos debates, es el que deben jugar los partidos políticos, tan desprestigiados y demeritados ante los ojos de los potenciales electores, para que puedan recuperar su devaluado nivel de aceptación social. Como organizadores que promueven y protagonizan la competencia electoral, los partidos políticos deben propiciar que los debates sean escenario de ideas y respuestas para la vida pública del país; espacios de discusión, instancias donde se delibere, se difunda el pensamiento y se polemice de manera pública. Los candidatos que postulan no sólo deben disputar el poder, aunque esencialmente ése sea el objetivo, sino ser además impulsores y realizadores de un proyecto político, defensores de los intereses de la sociedad y exponentes de alternativas que mejoren las condiciones de vida de la población.
Estamos a cuatro años de que se cumplan cien de haberse iniciado el movimiento revolucionario de 1910 y a esta distancia aún subsisten añejos problemas que no han sido resueltos y un moderno reto a los valores que dieron fundamento y esencia a dicho movimiento. Riqueza concentrada en unos pocos; ambición desmedida de intereses extranjeros sobre nuestros recursos naturales -petróleo, bosques y minerales-; extravío de los valores de solidaridad social; lucro inescrupuloso y acaparamiento y paralelamente, un aparato estatal dudoso, vacilante, tímido y a veces débil frente a los intereses económicos particulares, son las viejas y nuevas circunstancias que en muy poco difieren de las que dieron bandera y razón de ser a la lucha social de principios del siglo XX mexicano.
Inseguridad, narcotráfico, crimen organizado, desempleo, falta de oportunidades, cuestión migratoria, política internacional sobre todo frente a Estados Unidos y América Latina, marginación y atraso, corrupción en todas sus manifestaciones y modalidades son los temas, expuestos sólo de manera enunciativa y no necesariamente en ese orden, que deben construir la materia del debate político que en breve habremos de presenciar.
Si se quiere que tal debate tenga éxito y logre sus objetivos -conocer propuestas y proyectos- debe superar posturas demagógicas suprimir el discurso añoso y acartonado, eliminar el lenguaje oscuro y retorcido que dice mucho y no dice nada; olvidarse de la oratoria pirotécnica que tantos males ha causado y sobre todo que los protagónicos se conduzcan con cautela y respeto para no caer en el insulto, la frase peyorativa, la ironía calumniosa y difamatoria que, de darse, tendría como resultado una caricaturesca exhibición de la política mexicana. Que se debatan ideas, no que se “batan” los candidatos.
Un debate con muchas inquietudes, sugerencias y alternativas de solución; frutos de la convicción personal y de amor a la patria; un debate que se convierta en pensamiento colectivo y llegue a formar parte de leyes, de instituciones de acciones públicas. Construcción de una cultura política. Porque la política, lo hemos dicho y escrito en otras ocasiones y en otros foros, debe ser acción para producir Gobierno y contribuir a la gobernabilidad, no para desestabilizar ni ser escaparate de mezquinas ambiciones de grupos o de personas que hacen de la política instrumento no para servir sino para servirse. Y de esto, la sociedad ha dicho basta. Tienen la palabra los que en el debate participen, del resultado, opinaremos en su momento.
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