La semana pasada el Vaticano informó que el Papa Benedicto XVI, dispuso la restauración de la fórmula original de la Consagración de la Misa Católica, a fin de lograr un mayor apego al texto del Evangelio.
De acuerdo a la tradición de la Iglesia apoyada en las Sagradas Escrituras, durante la Última Cena celebrada en la víspera de su la pasión y muerte, Jesucristo estableció el Sacramento de la Eucaristía, que consiste en repetir el sacrificio del Calvario en forma incruenta, mediante el ofrecimiento de su cuerpo y su sangre a partir de las especies de pan y vino.
La conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, opera mediante la renovación de ese propósito hecha por el Sacerdote como sucesor de los apóstoles, que se concreta en el rito de la Consagración que implica la utilización de las palabras empleadas por Jesús. Al ofrecer su sangre, Cristo refiere que será derramada ?por muchos? para el perdón de los pecados, y en tales términos pasó a la liturgia de la Iglesia Universal, en los diversos idiomas utilizados desde hace dos mil años.
En efecto, el texto latino dice: Hic est enim calix sanguinis mei, (...) qui pro vobis et pro multis effundetur (...), que en español equivale a decir: ?Este es el cáliz de mi sangre (...), que será derramada por vosotros y por muchos (en vez de ?todos los?) hombres para el perdón de los pecados?.
Sin embargo, en la liturgia posterior al Concilio Vaticano II, se tradujo la fórmula de su texto en lengua latina a las diversas lenguas en uso contemporáneo, diciendo que la sangre de Cristo fue derramada por ?todos? para el perdón de los pecados.
El cambio tuvo su origen en una versión interpretativa que cayó en la tentación de creerse más inteligente que la Sagrada Escritura, y tuvo viabilidad porque implica una inclusión masiva del género humano en el proceso de salvación, lo que atrajo las simpatías de quienes consideran que las muchedumbres son protagonistas principales de la historia y dejan en un segundo término a la persona humana individual, dotada de libre albedrío.
Esta especie de contentillo temporal de la liturgia con el espíritu del mundo pasó desapercibida para el católico común que asiste a misa, por ser éste un receptor voluntario y activo del mensaje cristiano y que por tanto, se encuentra más allá de la inclusión genérica según las expresiones ?muchos? o ?todos?.
La restauración es correcta. El papa Benedicto como teólogo que es entiende la liturgia como un instrumento de transmisión del mensaje de Cristo, que debe responder con fidelidad puntual a la intención del fundador de la Iglesia. Por ello, el sacerdote no celebra la misa en nombre propio, sino en nombre de Cristo, en virtud del mandato recibido por los apóstoles en la Última Cena y en consecuencia, tampoco transmite un mensaje o doctrina propios, sino el mensaje y la doctrina de Cristo.
El texto restaurado no es excluyente porque Dios quiere la salvación de todos; postula que la salvación de los seres humanos por Jesucristo no ocurre de manera automática o fatal, sino que depende de la aceptación personal, libre y voluntaria de cada hombre y de cada mujer, a la propuesta de Cristo salvador.
La restauración que es objeto de comentario, sumada al pensamiento y trayectoria del actual Pontífice y a la circunstancia de que entrará en vigor dentro de dos años, es anuncio de que el Papa Benedicto se propone realizar una reforma litúrgica integral que tienda a reconciliar el presente de la Iglesia en el mundo de hoy, con sus orígenes y tradición, lo que vendrá paralelo a una renovación de la vida sacerdotal y religiosa.
Con esta restauración a inicios del Siglo Veintiuno, en un mundo en el que la vida interior tiene pocos espacios, la Iglesia Católica que toma en cuenta la realidad social y utiliza los medios de comunicación y otros elementos de la época, deja en claro que el cristianismo no es un espectáculo de masas, sino el camino de salvación del hombre desde lo más profundo de su intimidad individual.
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