Sientes como si todo se te viniera abajo. Como si entraras a un hoyo negro y te enterraran vivo. Cuando me deprimo, me encierro en mi cuarto. No quiero hacer nada, hablar con nadie ni ver a nadie. Sólo me acuesto y miro el techo. Enrique, de 14 años.
Antes se creía que sólo los adultos padecían depresión, pero hoy vemos, con pesar, que es un estado que se presenta con frecuencia entre muchos adolescentes y preadolescentes.
Este padecimiento tiene varios grados: desde una tristeza pasajera, común en la adolescencia y preadolescencia, hasta la clínica severa, que lo orilla a pensar en el suicidio.
Cuando un joven tiene depresión, es muy difícil darnos cuenta: no tiene fiebre, no le duele nada y su padecimiento no se refleja en ninguna radiografía. Podemos pensar que su aislamiento, cambios de humor o tristeza sean propias de la edad. Y no le damos mayor importancia. Pensamos que basta con decirle ?Échale ganas, el asunto se compone?. Nada más lejos de la verdad.
Lo que sufre un adolescente deprimido es terrible y, de acuerdo al Dr. Alfonso Reyes, especialista en el tema y autor del libro Depresión y Angustia, no es comparable con ninguna otra enfermedad.
A la depresión se le puede considerar como la peor de todas las enfermedades, por lo que hay que estar pendientes de las señales de alerta, como:
*Perdida de interés en sus amigos o pasatiempos.
*Duerme mucho o tiene insomnio.
*Pérdida de apetito. Desinterés por la comida.
*Descuido notorio por su apariencia.
*Desinterés por el cuidado de sus cosas preciadas o algún animalito de casa.
*Cambios repentinos en las calificaciones.
*Quejas por demasiado estrés.
*Sensación de que no hay esperanza; odio por sí mismo.
*Pérdida de energía.
*Sentirse apático, decaído o derrotado.
¿Por qué la depresión?
Según Ana Freud, todos los adolescentes están en un estado de duelo por la pérdida de la niñez. ¡Todo era más sencillo! Se despiden de mil cosas: de sus ideas, creencias, de lo que les ilusionaba, como el Superman colgado en el techo que da vueltas, de la dependencia de sus papás. Se dan cuenta de que perdieron también su espontaneidad, su seguridad; se sienten torpes de movimientos y están demasiado conscientes de ellos mismos.
Alcanzan la madurez física mucho antes que la psicológica.
La recién adquirida ?libertad? los hace sentirse más solos y con más dudas sobre ellos y su capacidad. Las expectativas sobre ellos aumentan. Las presiones de todo tipo también. Y no tienen la menor idea de qué quieren para el futuro; no se encuentran a ellos mismos. De pronto, sienten una hostilidad nueva hacia sus papás, y se sienten mal por eso. Entonces, esa ira la dirigen contra ellos mismos. Y no saben qué hacer, ni cómo manejar este duelo.
Es común que el adolescente, cuando se siente dentro de este hoyo profundo y negro, busque ayuda; pero no lo hace de manera directa. Lo malo es que lo manifiesta a través de agresión en su manera de vestir, de actuar o en delirios de grandeza. Esto provoca más distanciamiento con sus papás y, por supuesto, más problemas.
Si el/la joven sufre una depresión normal, el sentir el apoyo de sus amigos o de una persona mayor que le tenga confianza, es de gran ayuda.
Toda esta situación permanece mientras el adolescente pasa por todas las etapas del duelo: aturdimiento, negación, sobrevaloración o búsqueda de lo perdido, enojo, reclamo o regateo, tristeza y aceptación.
Con mucho apoyo profesional y el amor de sus padres, el/la joven podrá superar este padecimiento, considerado ?la peor de las enfermedades?.