En tiempos tan tórridos como los que estamos viviendo a partir de las elecciones del dos de julio, lo que más debemos cuidar son nuestras instituciones.
Ahora más que nunca tenemos que apuntalar tanto al Instituto Federal Electoral (IFE), entidad responsable de organizar nuestras elecciones, como al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF, más conocido como Trife), instancia que canaliza, valora y dictamina los resultados electorales.
Debe recordarse el trabajo que representó para todos –partidos, legisladores, ciudadanía y país– el difícil proceso de reforma electoral que condujo a la construcción de nuestras instituciones en la materia. Para empezar, fue largo el camino para lograr que se aceptara tan sólo la idea de dar cuerpo al IFE como un organismo autónomo, y luego su discusión, análisis y debate legislativo, hasta su instrumentación con recursos provenientes de nuestros impuestos.
La creación del Tribunal Electoral implicó igualmente un proceso complicado, que afortunadamente culminó de manera satisfactoria, gracias a lo cual contamos con un órgano profesional capacitado para resolver los conflictos electorales.
Esas dos instituciones han sido y son fundamentales, y lo serán más en el futuro inmediato. En especial ahora que el Tribunal deberá dirimir quién ganó las recientes elecciones presidenciales y con qué margen, o en su defecto aplicar, con todo rigor, lo que la Ley prevé.
Sin embargo, ambos organismos han sido blanco de duras criticas y enormes presiones que día a día han ido minando su credibilidad.
Por eso, hoy sería muy importante que todas las fuerzas políticas, económicas y sociales posibilitaran su operación plena e independiente, sin ninguna presión, y que además se comprometieran al cumplimiento de su fallo, especialmente en la fase siguiente, cuando el Tribunal, a más tardar a fines de agosto, emita su dictamen.
Pero hasta ahora no sólo los partidos políticos, sino agrupaciones diversas como sindicatos, organizaciones empresariales, iglesias y medios de comunicación, han pretendido influir y coaccionar, presionando en un sentido o en otro: “casilla por casilla”, “nulidad”, “sólo las casillas con juicios de inconformidad”, “únicamente actas de incidencia levantadas el dos de julio”, “declarar ya presidente electo” y, en fin, un caudal de exigencias, casi todas ellas confrontadas.
Apoyemos entonces con paciencia, tolerancia y madurez política a quienes decidimos que tuvieran esas responsabilidades y sigamos adelante.
No es posible ni deseable que el país quede entrampado en una elección y tenga que pagar el alto precio de la ingobernabilidad y la desestabilización económica, que a fin de cuentas se revertiría contra todos los mexicanos, sin excepción.
Por ello, desde ahora y más allá de mis preferencias políticas, doy mi voto a las instituciones para que la nación sea la que triunfe.
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