Sin duda durante el mes de junio habrán de perfilarse en el país dos constantes que atraerán la atención pública en todos los medios de comunicación: futbol y política, en ese orden.
Como cada cuatro años, irrumpe el Campeonato Mundial del Futbol -que el propio Ángel Fernández, fallecido hace unos cuantos días, llamara el deporte del hombre–, acaparando audiencias de cientos de millones de televidentes.
En contrapartida, aquí en México las elecciones del dos de julio serán el punto culminante de un mes agitado y controvertido por las campañas presidenciales.
Como se aprecia, se entreverarán dos realidades candentes, competitivas y apasionantes.
Desde luego, una vez más se registrará la desproporción de seguidores y audiencias de estos acontecimientos, pues es bien sabido que “futbol mata política”.
Sin embargo, mucho se ha dicho también que los resultados de la contienda futbolera podrían llegar a influir en el ánimo de los votantes.
Así, se ha llegado afirmar que si la selección mexicana lograra ocupar un buen lugar en este escenario global, daría la impresión de que el país marcha bien y que, en consecuencia, las cosas debieran mantenerse tal y como van. Y a la inversa, si se registra una derrota estrepitosa de los seleccionados nacionales, entonces decaerá el ánimo a la vez que se generará enojo y una energía social que iría en busca otros ductos, con afanes revisionistas y de cambio.
Si se vale pronosticar, con todo lo impredecible que es el juego, y hasta la política (pues ya ven ustedes que López Obrador iba en un indiscutible primer lugar según todas la encuestas, en tanto que ahora algunas lo relegan al segundo sitio), al parecer México ha conformado un buen equipo, que si bien difícilmente podría ocupar uno de los tres primeros lugares, sí sería capaz de perfilarse entre los diez finalistas dentro de la tabla de clasificación, lo cual sería plausible deportivamente y nada despreciable desde el punto de vista de la manipulación de los resultados que seguramente le darían los estrategas de Fox y Calderón.
El seis de junio será el debate entre los candidatos presidenciales y pocos días después, el viernes nueve, se inaugurará el Mundial de Futbol. Tres semanas más tarde, el domingo dos de julio, viviremos la jornada electoral en este país, y ya para esas fechas sabremos si pasamos o no a semifinales en Alemania.
Ya desde ahora ocurre que todos los candidatos muestran sus inclinaciones futboleras: lo mismo se toman la foto con los seleccionados, que regalan balones y calendarios de los partidos, sobre todo Calderón, como aficionado que es al balompié, en tanto López Obrador batea, pues le atrae más el beisbol, y Madrazo corre maratones.
Estamos, pues, a unas cuantas semanas de conocer unos y otros resultados que confluyen no sólo en el calendario, sino también en efectos sociales y políticos, donde todo cuenta, en especial las patadas que se dan tanto dentro como fuera de la cancha.
Ya veremos si México queda en cuartos de final y, en su caso, comprobaremos que Alemania y México no son puntos tan lejanos y ajenos uno de otro, sino equidistantes en el interés nacional.
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