La tragedia, al igual que un ominoso eclipse, ensombreció a la patria.
Se trata de la muerte de 65 mineros, que tanto nos ha dolido e indignado y que se convirtió ya en la mayor desgracia en la minería mexicana en los últimos tiempos.
Con la explosión y derrumbe en la mina Pasta de Conchos, en San Juan de Sabinas, Coahuila, se evidenció una serie de gravísimas anomalías, omisiones e ineficiencias. Por una parte, las pésimas condiciones de trabajo, los bajos salarios, la mediatización sindical, entre otras injusticias y violaciones en materia laboral y de derechos humanos.
Así también la irresponsabilidad y negligencia criminal de la empresa, que tuvo avisos previos de fugas de gas, y no sólo omitió atenderlos -lo cual hubiera evitado la pérdida de vidas-, sino que siguió actuando con su voracidad comercial.
A nadie satisface que se paguen las indemnizaciones, pues el gran cuestionamiento se ubica en la cultura de la prevención, el mantenimiento y el cumplimiento de la ley.
A esto se suma que entre el día de la fatídica explosión, el domingo 19, y el terrible anuncio de que todos los trabajadores atrapados estaban muertos, casi una semana después, ocurrieron sucesos que escandalizaron justificadamente a la sociedad mexicana.
Para empezar, el manejo truculento de la información, que pronto derivó en el ocultamiento de verdades y la franca mentira, pues a los familiares se les dijo una y otra vez que podía haber esperanza de vida y de pronto, cuando la situación se les fue de las manos, las autoridades quisieron cerrar el asunto y cambiaron la versión al asegurar que los mineros habían muerto de manera instantánea el día del accidente.
Para colmo, el Gobierno Federal y la empresa se enfrentaron con las autoridades locales, lo cual aumentó aún más la confusión y el descrédito.
Como se ve, de nueva cuenta afloró la corrupción de muchos años, la repetida impunidad y la prevalencia de los intereses económicos, que no sólo se imponen sobre los derechos laborales, sino que pasan por encima del más elemental sentido humano.
Al parecer la historia se repite: la cuota de la muerte la cubren los pobres y explotados trabajadores, mientras los dueños del negocio se siguen enriqueciendo y después de la tragedia se retiran tranquilamente a continuar su placentera vida cotidiana.
Pero en esta ocasión confiamos en que estamos viviendo nuevos tiempos y ahora sí investigará a fondo y se les fincarán responsabilidades a los culpables. Este terrible acontecimiento deberá servir también para modificar las condiciones laborales en las minas -la de San Juan Sabinas, pero también las demás del país, donde la situación es similar o peor- y así garantizar que nunca más se conviertan en tumbas de los trabajadores. Un abrazo solidario a los deudos en este doloroso trance, con la exigencia común de que se haga justicia pronto y a fondo.
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