No cabe duda, estamos viviendo tiempos no sólo inéditos sino inimaginables hasta hace apenas algunos años.
Un PRI que durante muchas décadas fuera casi la única fuerza política, ubicado ahora en un rezagado tercer lugar.
Un PAN conocido por sus estoicas luchas políticas, que luego del esfuerzo de décadas logró finalmente ganar la Presidencia de la República, pero que actualmente a duras penas se sostiene y despierta serias dudas de que sea capaz de repetir la hazaña.
Un PRD que surge formalmente hace casi 20 años y hoy se encuentra disputando la silla presidencial con grandes posibilidades de lograr su meta.
Y junto a estos indicadores generales hay otros más recientes que parecen ahondar estas tendencias.
Por un lado, la cauda de tránsfugas, de uno y otro partido, principalmente del PRI, que se han ubicado en los equipos panistas y perredistas.
Sin miramientos de principios, lealtad institucional o congruencia de convicciones, saltaron ya vergonzosamente, entre otros, Diódoro Carrasco, Genaro Borrego, Luis Téllez y Carlos Ruiz Sacristán.
Desde luego, estos signos de falta de escrúpulos ya antes se habían visto en salinistas y zedillistas del primer nivel.
Además, las fuerzas políticas como tales han establecido con enorme desfachatez una serie de alianzas sin importar el ideario ni las propuestas de Gobierno, al grado que varían según la entidad federativa de que se trate. Y no hablemos de las negociaciones de Roberto Madrazo con representantes de Andrés Manuel López Obrador ante una supuesta elección de Estado el próximo dos de julio.
Pero no es el caso de Cuauhtémoc Cárdenas y otros fundadores del PRD, quienes rompieron con el PRI en su momento, corriendo todo tipo de riesgos, incertidumbres y amenazas, lejos de una comodidad logrera y oportunista de reubicación, con el objetivo de crear una nueva organización política, propósito muy diferente de los oportunismos actuales y por ello tiene un gran mérito.
De igual forma, del PRD han emigrado penosamente algunos de sus miembros, cuyo peor ejemplo es justamente Demetrio Sodi, quien hace sólo unos meses, aún siendo senador, defendía las causas de la que era su fracción parlamentaria perredista y ahora hasta cínicamente ataca esos mismos principios, pues de un día para otro amaneció en las filas del blanquiazul.
En el caso que nos ocupa es evidente entonces que los grandes partidos cometen graves errores, en tanto los de menor dimensión (que no representan nada ni a nadie) siguen gastando nuestros impuestos y son como un anticipo de plañideras en los responsos fúnebres.
A la vista del electorado, eso genera consecuencias negativas tanto para quienes se van como para quienes los reciben, pues es evidente que no cuentan las ideas ni las propuestas o el proyecto de Gobierno de su partido de adopción, sino que los mueve el anhelo de cooptación, por un lado, y el logro del poder por el poder, por el otro.
En otras palabras, hay crisis en nuestro sistema de partidos políticos, lo que evidencia que hace falta crear el nuevo gran partido de México: genuino, serio, representativo, congruente, responsable y ético, que estaría llamado a convertirse, contundente e indiscutiblemente, en el partido de las mayorías en estos inicios de siglo.
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