Se fue el año 2005 con todas sus realidades y enseñanzas –en las que la naturaleza, con sus implacables huracanes y cambios climáticos nos puso a pensar sobre la forma como la tratamos–, para dejar entrar al 2006 con esperanzas renovadas. Así ocurre incluso en nuestro país, a pesar que se pronostican tiempos complicados por tratarse un año eminentemente político con el advenimiento de las elecciones presidenciales.
El año que pasó deja también muchas promesas incumplidas, como las que acompañaban a esas fórmulas neoliberales e ineficaces que a nadie sirven, a la par de los consabidos populismos trasnochados de oferta engañosa que no se han traducido en el bienestar de la ciudadanía, junto a otros sucesos que agotaron 2005, algunos por excepción positivos.
Inauguramos, en fin, otro ciclo de 365 días y de nueva cuenta postulamos buenos deseos y nos disponemos a que estos 12 meses sean mejores que los anteriores.
Pero para ello, independientemente de los propósitos personales que cada cual se formule, nos veremos ineludiblemente vinculados a los acontecimientos que se avecinan. Mencionemos a grandes rasgos los de mayor jerarquía en el orden político y económico de nuestra nación.
Así, en materia económica tendremos que repensar el modelo actual y en su caso, ahora sí, introducir las reformas estructurales que se requieran, desde luego procurando en primer término el mejoramiento del nivel de vida de las mexicanas y los mexicanos, propósito que resultaría inalcanzable de no adaptarnos a la dinámica de la economía mundial.
En lo político están previstas elecciones en trece entidades, incluido el Distrito Federal, en las que se elegirá a cinco gobernadores, además del jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Sin embargo, la gran contienda se escenificará en pos de la Presidencia de la República, pues las tendencias electorales que se recogieron en las últimas semanas de 2005, una vez definidos los nombres de todos los postulantes, proyectan ya una especie de empate porcentual entre los candidatos de los tres partidos principales, lo cual pondrá a prueba nuestra responsabilidad democrática y madurez política para aceptar los resultados, cualesquiera que éstos sean.
Por lo que se refiere a las entidades que cambiarán a su propio titular del Ejecutivo, en su proceso electoral particular sin duda se reproducirán de alguna manera las tendencias nacionales, pero es evidente que éste no será el único factor, pues se impondrán otros aún más importantes de carácter local. Así ocurre, por ejemplo, en el Distrito Federal, donde de no cerrarse las heridas abiertas entre Cuauhtémoc y Andrés Manuel, así como su reflejo entre “marcelistas” y “chuchistas”, la disputa interna podría complicarse y restarle muchos votos al PRD, especialmente en el ámbito nacional y por ende en la Cámara de Diputados y el Senado, de donde deberán emerger las grandes decisiones sobre el futuro de México.
Y no se deben menospreciar las opiniones que se escuchan cada vez más entre la “voz popular” mediante sentencias como estas: “el PAN es un fracaso, no puede ganar”. “Es inaceptable que el PRI vuelva a gobernar”. “La izquierda sería la debacle; no debemos dejar que llegue al poder”. Y así, otros juicios más que a muchos nos llevan a preguntarnos: ¿Y entonces quién? ¿El menos malo? ¿O el menos dañino? O, en el peor de los casos, ¿votar por el más sensato? Es pronto aún para reunir elementos suficientes que permitan prever los resultados del dos de julio. Juntos iremos tomándole el pulso a la situación política, observando y evaluando el desarrollo de las campañas, asunto de la mayor relevancia, pues llegado el momento tendremos que decidir con nuestro propio voto en las urnas.
e mial: enlachapa@prodigy.net.mx
www.marthachapa.com.mx