Más allá de
policías y ladrones
Muchos llegaron a pensar que las escenas violentas entre pandillas de gángsteres existían sólo en las películas de los años cuarenta y que nunca traspasarían el set cinematográfico.
Y muy pocos pudieron imaginar que aquellos viejos tiempos de Al Capone, cuando las calles de Chicago solían amanecer ensangrentadas, podrían resurgir décadas después y menos aún que se apoderarían de ciudades mexicanas.
El caso es que en nuestro tiempo han reaparecido las cruentas rivalidades entre mafias, pero ahora corregidas y aumentadas, y no como parte de un guión sino en forma de una verdadera e interminable pesadilla.
En los últimos años hemos sido testigos de esa creciente pugna entre los ahora llamados cárteles de la droga, además de los embates de las Fuerzas policiacas y de los propios militares contra ese creciente poder.
A lo largo de la frontera norte, ahora sí que de costa a costa, se escenifican batallas campales y ejecuciones casi a diario y a toda hora, protagonizadas por bandas de hampones que se disputan territorios para la distribución de las drogas. Esto va aparejado con virtuales estados de sitio, con la repentina entrada de tanques, soldados y vehículos blindados, como si se tratara de escenas de guerra.
En otro ámbito, las consecuencias de la actividad delincuencial se reflejan en los índices crecientes de drogadicción en todas las edades, pero especialmente entre los jóvenes.
Realidades que perfilan una descomposición social, decadencia y desgaste de las instituciones del propio Estado mexicano.
Tenemos años, por no decir décadas, de escuchar la promesa de que ahora sí se combatirá el crimen organizado. Sin embargo, en los hechos advertimos con enorme indignación que, por el contrario, esos poderosos delincuentes avanzan, sin que nadie pueda detenerlos, en un laberinto de corrupción, impunidad y desafío social, al grado que muchos afirman que sólo se podrá aminorar la creciente violencia por medio de pactos con estos grupos o con la alternativa de legalizar la producción, distribución y consumo de estupefacientes.
No hace mucho tiempo que veíamos con alarma y un poco de conmiseración, pero muy a la distancia, el poder de los capos de la droga en Colombia o la enajenación de la juventud estadounidense, inmersa en los estimulantes. Pero ya están entre nosotros ambos fenómenos, en diverso grado, pero gravitando perniciosamente en nuestra contra.
Y todavía más preocupante es la infiltración del narcotráfico, no sólo en la Policía, entre los militares y hasta en el Poder Judicial, sino en la política misma, con el riesgo de que incursione, con todo y su ?lavado de dinero?, en algunas candidaturas presidenciales y por ende acreciente su influencia sobre quien pudiera resultar ganador de las próximas elecciones.
Ante ese escenario teñido de rojo y sellado por el signo de pesos ?o más bien de millones de dólares?, no queda más que enfrentar el problema con medidas integrales y a fondo, para lo cual se requiere replantear estrategias, establecer ?y cumplir? acuerdos internacionales, poner mayor énfasis en la educación, promover la auténtica unidad familiar, fomentar la creación de empleos y, en fin, realizar acciones decisivas, pues de lo contrario seguiremos comprobando que la realidad supera a la ficción. Porque, para nuestra desgracia, no se trata de escenarios virtuales de un filme de Bogart, Cagney o Robinson, sino de una sociedad cada vez más sometida al poder del narcotráfico, aquí y hora.
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