Ayer desperté con la noticia de que Humberto Moreira recibió la medalla Benito Juárez, otorgada por la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística debido a su participación en la tragedia minera.
Merece reconocimiento el proceder del gobernador durante esos días de angustia. El haber estado cerca de las familias afectadas, el haber nombrado representantes suyos para velar, hasta la fecha, por el bienestar de los deudos de los mineros atrapados, y el haber permanecido en Pasta de Conchos durante días, fue algo digno de admiración.
Y aunque esta ocasión le sirvió para merecer buena fama, otras le han significado todo lo contrario.
Moreira mostró sus dos facetas en la tragedia minera. Por un lado luchó por los intereses de un grupo de coahuilenses. Por el otro, mantuvo una discusión abierta con el presidente de la República, lo cual podría afectar los intereses nuestros.
Durante esos días el gobernador del Estado pidió a Fox que no visitara a los deudos de los mineros. Aunque él decía que ya era muy tarde para ello, seguramente lo movía el deseo de ganar cierta popularidad a nivel nacional, a costa de una buena relación con el jefe del Ejecutivo, que podría traducirse en la entrega de más recursos para el desarrollo del Estado.
Esa faceta negativa de Moreira fue conocida por muchos recién ocupó su cargo, pues por esos días comenzaron a rodar cabezas por todos lados. Todo lo que oliera a Enrique Martínez fue desterrado de las oficinas estatales. No importaba que tal trabajador llevara más de una década al servicio de Coahuila, ni tampoco se tocó el corazón en los casos de burócratas próximos a jubilarse.
Durante su carrera, Moreira ha sido un político sediento de poder. Quizás esto explique su rápido ascenso, pues no ha dejado de hacer lo necesario para merecer la confianza del gobernante en turno y, por consiguiente, ocupar mejores cargos. Esa misma sed de poder, lo llevó hace meses a barrer en todas las dependencias estatales a cientos de burócratas, sustituyéndolos con gente fiel a él, que obligada estará a rendirle tributo el resto del sexenio.
Si Moreira es ahora nuestro gobernador, fue porque Enrique Martínez impulsó su carrera política. Además de nombrarlo su secretario de Educación, posteriormente lo ayudó a obtener la Presidencia Municipal de Saltillo y, por si fuera poco, le dio un empujón para sucederlo en su cargo. ¿Y cómo pagó Humberto toda esa generosidad? Con la ingratitud.
Por increíble que parezca, el profesor apoyó la pre candidatura de Roberto Madrazo, siendo que su padrino político buscaba ser el abanderado del PRI para contender en la campaña presidencial. Contrario a lo que muchos esperaban, Moreira le dio a Enrique Martínez Morales, hijo del ex gobernador, una subdirección en la Secretaría de Finanzas, cargo menor a lo que debía ser su agradecimiento.
Moreira mostró su faceta negativa al darle tanta importancia a su relación con Cuba, siendo que la prioridad en el Estado es la llegada de nuevos inversionistas. Debe ser muy entretenido platicar hasta la madrugada con Fidel Castro. Debe ser satisfactorio lograr que la isla ayude con instrumentos médicos, así como con capacitación educativa, sin embargo, puede perderse más de lo ganado con la ayuda del dictador. No dudo que existan empresas extranjeras que vean con malos ojos la cercana relación entre ambos gobernantes y, por tanto, evitarán invertir en nuestro territorio. ¿Acaso puede cumplirse así la promesa de generar nuevos empleos?
No cabe duda, Moreira muestra dos facetas. Sé que en esto de la política así debe ser, pero si verdaderamente le interesa cumplir sus promesas de desarrollo y seguridad, deberá olvidarse de venganzas, de protagonismos vanos y de relaciones nocivas.
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