Uno de los enemigos más organizados y poderosos de la sociedad mexicana es el narcotráfico. Esto ha traído la triste consecuencia que muchos de nuestros servidores públicos en lugar de luchar contra ese monstruo de mil cabezas, aplican la conocida frase: “si no puedes con el enemigo, únetele”.
Es triste pero el narcotráfico no es ya una simple empresa, sino una mancha perpetua en nuestro país. Los narcos han operado con tanta libertad, que incluso ya crearon una cultura: la de la violencia en las calles, la de la “pistolización” y el vidrio polarizado, la del rápido ascenso social, la de la corrupción, la impunidad y la bravuconería, la de los números negros a costa de saldos rojos y la de los corridos de Los Tigres del Norte y las películas de los hermanos Almada.
El narcotráfico es efectivo y parece estar en todas partes, hasta volverse, junto a la desigualdad y la justicia, en uno de los tres grandes problemas nacionales. En las últimas décadas, México se ha convertido en un enclave estratégico del narcotráfico internacional. Por aquí pasa la mayoría de la droga que llega a Estados Unidos, país que encabeza la lista en el consumo de estupefacientes.
Está claro que el consumo y el tráfico de droga genera múltiples delitos que a últimas fechas han provocado un clima de inseguridad e incertidumbre en Coahuila, y en el resto del país. Es por eso que algunos políticos han mostrado su beneplácito hacia la idea de legalizar las drogas. Hay diputados que incluso han externado su apoyo a la venta legal de drogas a los adictos, siempre que su control y tratamiento sea responsabilidad de la Secretaría de Salud.
Sin embargo, la legalización de las drogas más que erradicar el problema actual, generaría un aumento en el consumo. Cuando en Estados Unidos se anuló la prohibición de las bebidas alcohólicas, se disparó el consumo de una manera notable. Lo mismo podría ocurrir en el caso de las drogas.
Quienes piensen que es una buena idea facilitar a los adictos el acceso a la droga, ignoran que un drogadicto puede dejar de serlo si se somete a la debida desintoxicación y rehabilitación. Seguir surtiéndoles estupefacientes, es condenarlos a una muerte segura.
En una ocasión estuve en Berna, Suiza. Esperando encontrar los paisajes tan bellos que este país ofrece a los visitantes, me encontré con la imagen más horrible que jamás haya visto. Por error, o curiosidad tal vez, caminé por un parque en el que los únicos que entran son los drogadictos. Ahí vi cómo una mujer embarazada se inyectaba una sustancia que antes había derretido en una cucharilla con un encendedor. Ahí vi cómo unos a otros se pasaban la misma jeringa. Ahí vi cómo la Cruz Roja llegaba para surtir las dosis a aquellos drogadictos. El Gobierno suizo tomó esta determinación para evitar los robos en la ciudad.
La legalización de las drogas se ha planteado como una alternativa de solución; sin embargo, esta medida responde más bien a la impotencia de las autoridades correspondientes y no a la verdadera intención de solucionar el problema.
El verdadero ataque al narcotráfico está en evitar la venta en las calles de las drogas y, sobre todo, lanzar programas preventivos que redunden en una vida más saludable y libre de vicios.
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