Desde el primer momento en que vimos el programa del concierto de la Camerata de Coahuila para el pasado viernes 24 supimos que estaba destinado a ser memorable, pues contenía la combinación perfecta: tres obras de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), una excelente orquesta y dos consumados mozartianos. A pesar de nuestras altas expectativas, éstas fueron sobrepasadas, pues quedamos gratamente sorprendidos, en primer lugar porque se interpretó la deliciosa Sinfonía No. 23 en Re Mayor K. 181 (162b) que raramente se toca y en segundo lugar porque el pianista Jorge Federico Osorio y la Camerata de Coahuila bajo la batuta de Ramón Shade ejecutaron de manera impecable el Concierto para Piano No. 14 en Mi Bemol, K. 449 y el Concierto Para Piano No. 9 en Mi Bemol, K. 271.
La Sinfonía No. 23 K. 181 es una obra de juventud probablemente compuesta por Mozart en 1773, la cual manifiesta una clara vocación operística que contiene tres movimientos que se tocan sin interrupción. La Camerata de Coahuila sonó espléndida pues logró plasmar la grandiosidad y dinamismo de su primer movimiento, por otro lado en el segundo, se hizo evidente el cautivador lirismo que contiene y en el que el oboe de Josef Gamilgadishvili desplegó su gran capacidad poética mientras que su movimiento final fue ejecutado con el exultante vigor que requiere.
Jorge Federico Osorio es sin lugar a dudas por su impecable técnica, enorme musicalidad y por la hermosa sonoridad que obtiene de su instrumento, el mejor pianista mexicano. Los recitales y conciertos en que interviene siempre hacen evidente su fina sensibilidad y prodigioso virtuosismo por lo que siempre es un verdadero deleite escucharle. Por otro lado, dudo que exista un director en nuestro país con un mayor conocimiento y afinidad hacia la música de Mozart que Ramón Shade, quien en innumerables ocasiones ha dirigido música de este compositor en nuestra ciudad con impecable buen gusto y éxito.
El Concierto para Piano y Orquesta No. 14, K. 449 es uno de los seis que Mozart compuso en 1784 y fue dedicado a Barbara Ployer, quien era una de sus discípulas de Salzburgo. Esta obra manifiesta de manera musical diferentes estados de ánimo, pasando de la alegría a la tragedia, y de una espontaneidad a una rigidez casi académica. Por otro lado, el Concierto para piano No. 9 K. 271, es el primero en que Mozart despliega proporciones sinfónicas. Escrito en enero de 1777 para una pianista parisiense de apellido Jeunehomme, es una partitura que inicia de manera inusual, pues en la segunda barra del primer movimiento introduce al solista. Nada parecido había sucedido hasta entonces ni volvería a pasar hasta que Beethoven escribiera su cuarto concierto el cual lo inicia el solista. Esta partitura es de gran escala en el que no únicamente el pianista y la orquesta entablan un diálogo en términos de igualdad, sino en el que también los instrumentos de aliento adquieren un papel protagónico.
La interpretación que escuchamos de ambos conciertos para piano de Mozart fue magnífica, pues tanto Osorio como la orquesta bajo la dirección del maestro Shade hicieron gala de su extraordinaria sensibilidad y virtuosismo que motivó al público a brindarles una calurosa ovación.