Lo mínimo que debe hacer un Estado que tenga como aspiración real la democracia es inculcar en los ciudadanos, desde temprana edad, valores relacionados a este concepto y motivar la práctica de los mismos. De igual manera debe suceder con la justicia y la tolerancia. Suena bastante lógico, pero en este país tan sui géneris, no sucede.
La Secretaría de Educación Pública (SEP) ordenó la aplicación de una encuesta para la evaluación cualitativa del Programa Escuelas de Calidad (PEC), a una amplia muestra de más de 40 mil maestros, alumnos, padres de familia, directores, supervisores y personal de apoyo técnico pedagógico.
Los resultados arrojan datos como el siguiente: tres de cada diez entrevistados consideran que valores como la democracia, la tolerancia y la justicia no se enseñan en las escuelas. En una lista que va del primero al 24, los tres conceptos mencionados ocupan el lugar 15, 16 y 17, respectivamente. Encabeza la lista la responsabilidad, seguida de la limpieza.
Estos dos últimos, aunque son importantes, sobre todo a nivel individual, no resultan decisivos en la conformación de una sociedad sustentada en relaciones interpersonales sanas, armónicas, respetuosas y equitativas. La democracia, que en su sentido más amplio abarca la tolerancia y la justicia, es fundamental para desarrollar un Estado incluyente y que verdaderamente sea garante del bienestar, a través de sus instituciones, de todos los ciudadanos que lo conforman.
El hecho que en la escuela, principal centro de formación cívica y base del desarrollo de un país, no se transmitan los valores elementales para la estructuración de un Estado cuya aspiración, de acuerdo a su Constitución Política, es la democracia, resulta a todas luces un contrasentido. La consecuencia de esta situación es un gran vacío en la sociedad, vacío que tarde o temprano tiene que ser llenado con algo; odio, delincuencia o autodestrucción, por ejemplo.
