Tuve en la preparatoria un maestro cuyas enseñanzas quedaron tan grabadas en mí, como si las hubiera escrito sobre una piedra. Nunca supe su edad, pero su calvicie y las interesantes arrugas de su rostro, me decían que tenía aproximadamente 75 años.
A pesar de ser un hombre grande, siempre mostró tener un corazón tan joven como el de sus estudiantes y dudo que alguien tuviera tanta vitalidad como él. Recuero una ocasión en que fuimos de día de campo. Mi maestro, ayudado de un palo que le servía de bastón, comenzó a subir la sierra junto a nosotros.
Él no paraba de platicar y aprovechó el momento para darnos su más grande lección.
“Miren muchachos, ustedes ya están a punto de entrar a la universidad y ahí las cosas van a ser muy diferentes. No sólo van a tener que estudiar más, sino que también tendrán que ser más maduros. Cuando estén en la universidad acuérdense que cada materia va a ser vital en su preparación para el futuro, y si no ponen todo su esfuerzo al estudiar, de nada servirá que sus padres les hayan pagado su educación. Muy pocos tienen la oportunidad de poder llamarse licenciados o ingenieros, y si ustedes no la aprovechan, estarán faltando contra sus padres, y sobre todo, contra ustedes mismos”.
Qué importante fue ese consejo para mí, pero sobre todo, qué importante fue el haber tenido a un maestro como él. Si todos mis profesores hubieran sido iguales y si hubieran puesto ante todo su amor por la enseñanza, de seguro yo fuera algo muy distinto a lo que soy ahora.
Los maestros son una pieza importante en la educación. De niños pasamos gran parte de nuestro tiempo en la escuela, tratando de aprender lo que otros dicen que es importante, como por ejemplo la historia, la biología y las matemáticas, aunque para ser sincero, todavía no me convenzo completamente de la relevancia de la raíz cuadrada.
Uno de los principales problemas de México es su atraso en la educación. Esta deficiencia ha ocasionado que seamos considerados como un país del tercer mundo, que un gran índice de la población viva en condiciones de pobreza, que subsistan y se sigan tolerando males como la corrupción y el mal manejo del dinero del pueblo, que el índice de jóvenes pandilleros aumente día con día, que cada vez exista más inseguridad, que el consumo de drogas y alcohol sea mayor, que los niveles de contaminación estén llegando a un nivel intolerable, en fin, cientos de problemas que con una adecuada educación podrían eliminarse.
El problema de la educación no es la falta de alumnos, sino la falta de maestros que estén conscientes de la gran responsabilidad que tienen en el futuro de nuestro país.
Si un maestro se conforma con cumplir mediocremente su trabajo y sólo se preocupa por cobrar puntualmente su salario, de nada servirá que el niño asista a la escuela.
El maestro debe ser ante todo, alguien que se esfuerce por ofrecer lo mejor de sí a los estudiantes, para que con su ejemplo, ellos den lo mejor que tienen en bien de la comunidad en la que viven.
Un maestro debe ser un amigo y nunca convertirse en una figura temida por sus alumnos. Recuerdo a un profesor que nos castigaba enviándonos a la biblioteca, o encargándonos tediosas y largas tareas. Por culpa de maestros así, muchos niños aborrecen la escuela y odian la lectura.
Yo tuve malos maestros, y ni siquiera me acuerdo de sus nombres. Pero tuve también excelentes profesores, cuyas enseñanzas todavía forman parte de mi vida cotidiana. Por eso, antes de preocuparnos por el nivel educativo en México, tenemos que preguntarnos cuál es el nivel de los maestros, y así tomar medidas acertadas que aseguren el avance de la educación en nuestro país.
javier_fuentes@hotmail.