qué mejor día que este Viernes Santo, para leer la primera Carta Encíclica del Papa Benedicto XVI, emitida apenas el veinticinco de diciembre del año pasado.
En poco más de diez hojas, el Papa reflexiona “sobre el amor cristiano” y aunque lo califica con toda razón, bien podría haber formulado este documento simplemente sobre “el amor a Dios”.
Porque al margen de religiones, doctrinas o creencias el amor a la divinidad es sin duda uno de los sentimientos que caracterizan al ser humano.
Citando a Virgilio, el Papa nos recuerda que: “El amor todo lo vence” (Omnia vincit amor); y añade: “et nos cedamus amori”, esto es: “Rindámonos también nosotros al amor”.
Podríamos considerar que Benedicto XVI no añade nada a la conocida frase de Santo Tomás: “Ama y haz lo que quieras”. Pero el Papa no sólo nos recuerda la importancia del amor, tanto en relación con Dios como con nuestros semejantes, sino que además, hace una importante distinción entre “eros” considerado antaño como una locura divina (aunque es precisamente esa concepción la que le resta valor) y el amor en conjunción con Dios.
“La fe cristiana, ha considerado siempre al hombre como uno en cuerpo y alma, en el cual espíritu y materia se compenetran recíprocamente”.
El amor entre hombre y mujer es conjunción plena en la que interviene “eros”, pero no como mero placer carnal, sino como unión de almas en la que se cumple la voluntad divina. De ahí que citando las palabras de Adán: “¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”, el Papa sostiene que el primer hombre encuentra en Eva la ayuda sublime que requiere para andar por esta Tierra.
Porque el hombre solo no es nada sin la compañía de otros seres en los cuales pueda depositar su amor, que sin duda es el resultado de esa “inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo”.
Citando a San Juan, el Papa nos dice: “Si alguno dice: Amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”.
Benedicto XVI, lógicamente va más allá al sostener que: “En Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco”.
Eh ahí la gran dificultad a la que por lo común nos enfrentamos nosotros en el aquí y el ahora. No sólo somos incapaces de crear ese amor a un Ser Superior y proyectarlo en nuestros semejantes, sino que no aceptamos que debamos amar aun a aquellos que no nos agradan; a los que despreciamos; a aquellos que son y piensan distintos a nosotros.
¡Que fácil es amar a quien me ama! ¡Que fácil es reciprocar el bien que recibo de mi hermano!
El secreto del amor, pero a la vez su gran dificultad, está en prodigar amor a todos los que nos rodean, aun a aquellos que nos han ofendido o dañado. Amar a los que nos aman y odiar a los otros es lo más fácil del mundo, aunque ese sentimiento al que nosotros llamemos “amor” no sea en realidad tal, sino un simple remedo, una burda copia del amor que podemos sentir por la divinidad.
Hace tan sólo un par de días comentábamos sobre lo proclives que somos al juzgar a los demás. A decir quién está mal y quién bien. Y admitíamos que nosotros no somos los indicados para emitir juicio alguno sobre la conducta de los demás.
Pero así como no debemos juzgar, tampoco podemos hacer distingos de a quién entregamos nuestro amor.
Cuando amamos realmente entregamos ese amor a quienes nos rodean sin regateos ni límites. Simplemente entregamos nuestro amor. Y al final habremos de recibir amor y más amor.
El amor como sabemos, se entrega sin límites, perdona sin límites, no cuestiona ni condiciona.
Lamentablemente, en nuestras sociedades, estamos más hechos a odiar que a amar. Más inclinados a buscar que nos den que a dar. Tendemos más a lo material que a lo espiritual.
Quizá advirtiendo esa concepción que es común entre nosotros, el Papa cierra su Encíclica con una oración a María, en cuya parte final refiriéndose a Jesús, dice:
“Enséñanos a conocerlo y amarlo, / para que también nosotros / podamos llegar a ser capaces / de un verdadero amor / y ser fuentes a agua viva / en medio de un mundo sediento”.