Nunca debemos subestimar el poder del autoengaño (o la negación), dice el joven vecino en la película Belleza Americana, refiriéndose a la incapacidad del padre para admitir que su hijo vende drogas (Never underestimate the power of denial). “Cree que el dinero lo obtengo repartiendo comida rápida”.
Algo similar podría estarle pasando al PRD. Por increíble que parezca, los integrantes del círculo de poder en torno a Andrés Manuel López Obrador parecen ser los únicos mexicanos que no se han dado cuenta que algo ha cambiado en las preferencias electorales. Las declaraciones de Leonel Cota, Manuel Camacho, Jesús Ortega, Federico Arreola o el propio López Obrador, en los últimos días, dan cuenta de que acusan un severo padecimiento de negación de la realidad. Hace seis semanas “El Peje” encabezaba las encuestas con más de diez puntos porcentuales, hoy se encuentra prácticamente en una situación de empate técnico. Sin embargo, para los perredistas no ha pasado nada; todo va de maravilla.
Antes que otra cosa suceda, debo decir que Felipe Calderón no es mi gallo. No me parece una mala persona y tengo el mayor de los respetos por miembros de su equipo como Josefina Vázquez y Florencio Salazar, entre otros. Pero me espanta la mera posibilidad de que terminen gobernando fundamentalistas como Manuel Espino y otras versiones del Yunque y la derecha moralina. Sobretodo me preocupa el riesgo que representan seis años más de un Gobierno que los pobres perciban como ajeno a sus intereses. Basta salir de foxilandia para darse cuenta que allí afuera se está armando una caldera social. Un triunfo de Calderón seguramente propiciará estabilidad en los mercados financieros, pero no estoy seguro que genere estabilidad entre los grupos sociales empobrecidos (tema que abordaré en otra ocasión).
Con lo anterior quiero decir que no me regocijo con el fenómeno de ascenso del panista, pero eso no me impide dejar de reconocerlo. Por ello es doblemente preocupante la obcecación de los perredistas para ignorarlo, ya no digamos para hacer algo al respecto.
Las modalidades de autoengaño o negación son varias. La más común es creer que las encuestas mienten y que en realidad AMLO lleva todavía la misma delantera. Eso es absurdo. Si bien es cierto que hay empresas encuestadoras “patitos” que se venden al mejor postor, es imposible creer que han sido compradas todas las firmas que hace unas semanas le daban el triunfo a su candidato. Una segunda modalidad pasa por la argumentación de que los medios han creado una burbuja en torno a Calderón y han generado un ascenso artificial. Esta segunda versión es un poco más realista, pero no sirve de nada si con ella se va a descalificar la fuerza del oponente. Dentro de 64 días el grueso de los electores va a sufragar en función de apreciaciones (voto fluctuante), no de convicciones (voto duro). Resulta absurdo minimizar el crecimiento de Felipe porque “está inflado artificialmente” si tal crecimiento va traducirse en votos.
Saber que el músculo del oponente se fraguó con esteroides no es ningún consuelo a la hora de caer noqueado.
Los perredistas se quejan de un linchamiento mediático, casi un “desafuero” informativo en televisión y buena parte de la prensa. Tal apreciación es parcialmente correcta. Es obvio que los dueños de los medios de comunicación y los anunciantes desconfían del candidato de los pobres. Pero estas apreciaciones han terminado por construir una verdadera paranoia entre los “pejistas”. Y justamente allí reside la noción del autoengaño o negación. Toda mala noticia, todo contratiempo, no es asumido como un dato de la realidad sino como una fabricación de los enemigos.
Lo peor del caso es que ni siquiera son consecuentes con su propia paranoia. Si en verdad los medios informativos, el Gobierno Federal, el IFE, el “PRIAN”, los norteamericanos y los que se sumen esta semana se han puesto en su contra, ¿cómo entonces explicar que su candidato no salga perjudicado en sus aspiraciones a la Presidencia? El sentido común indica que si todos esos poderes no han podido influir en la intención de voto, no habría entonces razón para quejarse. Si todavía llevan diez puntos de ventaja, ¿para qué desgarrarse las vestiduras por la publicidad malintencionada del PAN que en teoría no produjo ningún efecto?
Justamente la inasistencia al primer debate se origina en esta lamentable mezcla de soberbia y paranoia. Lo que consiguieron fue que Felipe por vez primera pareciera material presidenciable. El ascenso de Calderón obedece tanto a los propios errores (cállate chachalaca) como a las malas artes de las contracampañas.
Urgen ajustes importantes en la campaña perredista. Los del PAN reconocieron a tiempo su descenso (enero) e hicieron las modificaciones necesarias para el repunte. López Obrador todavía puede ser presidente. Pero no lo conseguirá si sigue secuestrado por la soberbia de los que asumieron que ya habían ganado, y se rehúsan a considerar la posibilidad de una derrota. Están convencidos que sólo el despojo les quitará el triunfo, sin darse cuenta que su arrogancia y su ceguera están abriendo el camino para el descalabro.
No hay ningún oprobio en reconocer que se equivocaron al no acudir al primer debate. Tampoco en asumir que se han cometido errores, o que hay un descenso en la intención de voto como producto del embate de las contracampañas. Luego de haber escuchado quejas durante dos años por todo tipo de complots, a los mexicanos ya comienza a tenernos sin cuidado si son ciertos o falsos. Lo que importa es saber si podemos contar con un presidente que pueda estar por encima de ellos. Si López Obrador no inaugura la autocrítica entre su equipo puede perder la Presidencia. Yo no creo que él sea un peligro para México, a condición de que pueda domar a la soberbia. Pero claro, nunca debemos subestimar el poder del autoengaño.
(jzepeda52@aol.com)