Nueve por ciento de las casillas pueden ser muchas o pocas, dependiendo de la acera ideológica en la que se encuentre uno parado. Entre la exigencia del todo o nada de López Obrador en los últimos días y la cerrazón de la derecha para el recuento de voto por voto, me parece que el Trife recurrió a una opción salomónica al aceptar abrir casi 12 mil casillas.
No le da la razón al PRD porque abrir todas las casillas habría significado aceptar su presunción de que las elecciones habían sido un fraude. Pero le concede el beneficio de la duda. La apertura de este nueve por ciento, justamente las casillas con mayores problemas, representa un recuento de alrededor de cuatro millones de votos. Es decir, una cifra más que suficiente para saber si en efecto hubo irregularidades con la intención de favorecer a un candidato y perjudicar a otro.
Si luego de esta revisión la distancia entre Felipe y Andrés Manuel se acorta sustancialmente (en este momento es de 240 mil votos), el Trife tendrá elementos para validar las tesis del PRD y ordenar la apertura total o la nulidad de la elección. Sería imposible sostener el resultado del IFE luego de la presión de la opinión pública nacional e internacional que se desencadenaría, en caso de que se comprueben irregularidades que hubieran modificado el sentido de la elección a favor de Calderón. Hay que señalar que, bajo el principio de certidumbre, el Trife tiene todas las atribuciones para decidir la apertura de más casillas luego del 14 de agosto, cuando conozcamos el resultado de este primer recuento.
Del otro lado, si el recuento de estas casillas arroja incidentes menores y errores humanos que en conjunto apenas modifica la distancia que separa a ambos candidatos, no habrá elementos para validar las pretensiones del PRD y Calderón será designado presidente de México.
La decisión de ayer sábado por parte del Trife es extraordinariamente hábil. En lugar de tomar posición a favor de alguna de las partes, optó por una intermedia que permitirá que sean las propias casillas las que confirmen o rechacen las presunciones de ambos partidos.
Tengo la convicción de que en el fondo ni Felipe Calderón ni Andrés Manuel López Obrador saben a ciencia cierta quién ganó el dos de julio. De otra manera no me explico la enconada confrontación a propósito del “voto por voto”. La mía no es una mera corazonada. El PRD careció de representante en 17.3 por ciento de las casillas, pero el PAN estuvo ausente en 17.8 por ciento, según datos del IFE. Es decir, ambos partidos no tuvieron representante en poco más de 20 mil casillas, en las que se habrían sufragado más de seis millones de votos. Hay motivos para que ambos estén nerviosos.
Cada uno lo ha expresado a su manera. En el cuartel del PAN se han obsesionado en evitar que el Trife emprenda un recuento completo de los votos. Campañas de televisión, desplegados y todo tipo de cabildeos aseguran que constituiría una ofensa para con los 500 mil ciudadanos que trabajaron en sus casillas el dos de julio (900 mil si se incluye a los suplentes). Me parece un argumento absurdo. Lo verdaderamente irrespetuoso sería que ese voto se hubiera cambiado por manipulaciones posteriores. El recuento de casillas no es un desconocimiento a lo que se hizo el dos de julio; por el contrario, es regresar a esa jornada como criterio máximo de verificación.
Por su parte, el nerviosismo de López Obrador también ha provocado actitudes irracionales. El plantón en Paseo de la Reforma constituye un error garrafal por donde se le mire. Irrita a los ciudadanos, incluso a los que votaron por él, proyecta al perredista como un político rijoso e irresponsable y pone contra la pared al propio PRD, a sus cuadros políticos y a las autoridades de la ciudad.
A López Obrador se le olvida que hay vida después de las elecciones. El PRD gobierna en cuatro estados, es la segunda fuerza en el Congreso y es la autoridad para casi nueve millones de capitalinos. El PRD tiene responsabilidades como Gobierno, más allá de estos comicios. Resulta lamentable que personajes clave como Alejandro Encinas, que había hecho un verdadero trabajo de equilibrista para mantener el respeto como autoridad en medio de la polarización, súbitamente hayan sido sacrificados en aras de la lucha del “todo por el todo”. Para Marcelo Ebrard resultará muy complicado enfrentar en el futuro cualquier tipo de sabotaje político en contra de las vías de comunicación, luego de que se encuentra en un plantón contra los capitalinos en calidad de jefe de Gobierno electo de la ciudad.
Con el plantón de Reforma, López Obrador ha conseguido darse un tiro en su propio pie. Durante la semana “logró” que se dejara de hablar de fraude o irregularidades electorales, para dar paso a un debate público dominado por el tema del caos vial, el descontento de los capitalinos y la radicalización de posturas.
Al cerrar este artículo desconozco las medidas que habrá de tomar el PRD luego de la decisión del Trife. Espero que las posiciones intransigentes no arrastren al suicidio político. Hay una veta en la personalidad y en la biografía de López Obrador que lo impulsa a la inmolación y a la gesta heroica.
Habría que rescatarlo de sus propios demonios y exhortarlo al verdadero heroísmo: utilizar con responsabilidad el patrimonio político que ha logrado conjuntar para construir una sociedad más justa, pero también más democrática. El Trife le ha concedido el beneficio de la duda, ahora sólo cabe esperar y escuchar que sean las boletas de los ciudadanos las que juzguen si hubo o no hubo fraude.
(jzepeda52@aol.com)